No sé si ustedes lo han leído en el periódico o visto en la tele: Lucía, una niña murciana de trece años, se ha suicidado, presumiblemente porque en su Instituto sufría acoso escolar. Según sus padres la pobre chiquilla estaba harta de que sus compañeros de clase la llamasen gorda y fea, ahí es nada.
No sé si ustedes se recuerdan con esa edad. Yo sí. Y recuerdo a un preadolescente lleno de complejos, todo el día pendiente del espejo para ver cómo podía esconder las espinillas, o cómo alisarme un pelo rebelde que constantemente estaba tieso, por mucho que me lo mojara.
Por eso se hace uno cargo del dolor de esta criatura que, acobardaba y abandonada, ha optado por quitarse la vida a la maravillosa y dolorosa edad de trece años. Aquí no vamos a meternos con la dirección de su Instituto, ni con la Consejería de Educación de su Comunidad, ni con sus compañeros de clase, tan crueles y desvalidos como corresponde a su edad. Ni siquiera con los padres de la chica, cuya obligación primordial era vigilarla en esa edad tan crucial. Pero está claro que algo no funciona cuando una niña opta por quitarse la vida.
¿No será que hemos masificado los Institutos y los hemos convertido en cárceles diurnas para adolescentes? ¿No será que se ha burocratizado la enseñanza hasta el punto de despersonalizar a los alumnos y tratarlos como números? ¿No será que estamos dando a los chavales, desde la televisión y otros medios, la consigna de despreciar todo lo que no cumpla el canon de belleza impuesto? ¿No será que los padres vemos demasiado Internet y desatendemos la educación y los problemas de nuestros hijos?
Se pregunta uno cuántas Lucías hay en nuestro pueblo, en todos los pueblos, y se le llena el corazón de miedos. Por desgracia por esta chica murciana no podemos ya hacer nada. Pero sí podemos, entre todos, profesores, autoridades, compañeros de clase y padres, sobre todo padres, aplicarnos en la tarea de cuidar de nuestros adolescentes, de enjugar sus miedos y complejos con el manto de nuestra experiencia.
Porque una sociedad que abandona a sus adolescentes es tan inconsciente como la que abandona a sus viejos. Estos son la experiencia. Aquellos la savia nueva. Y ambos lo más sublime y digno de respeto.