Creo en las personas. En los hombres y en las mujeres que trabajan por el bien de los demás, en los que invierten su tiempo en mejorar de la calidad de vida de sus conciudadanos y de sus vecinos, en los que quieren a su ciudad y la quieren ver progresar y avanzar. Porque, por encima de todo, conozco y sé que existen personas buenas, indistintamente de su ideología y de su condición, a pesar de que hoy día parece que, dependiendo de tu ideología, así se mide tu valía.
Yo no mido a la gente por pertenecer a uno u otro bando. Nunca he tenido esa vara de medir. Y aunque parece que ahora dividir está de moda, yo me niego a separar a los ciudadanos por unas u otras cuestiones. Hasta que se demuestra lo contrario, creo en todo el mundo. Prefiero valorar sus ganas de trabajar, su esfuerzo, su profesionalidad y sobre todo, su bondad. Porque estoy convencido de que hay personas buenas en cualquier lugar, aunque algunos –muy pocos- se esfuerzan con ahínco en dar a entender lo contrario. No entiendo de ideologías, en cuestiones que nos separen. A la hora de trabajar por el bien común no hay derecha, izquierda o centro, no hay siglas. No le encuentro la razón al intento de dividir, sí al de sumar.
Estos días vivo momentos convulsos. En algún momento, la actitud de unos cuantos, las ganas de enturbiar la buena gestión de ciudad, la capacidad de contaminar, me han hecho pensar en mis valores, en mis ideales,… que precisamente me llevan de regreso irracionalmente, quizá por una mera necesidad de supervivencia emocional, a reafirmar mi creencia en la bondad de las personas y en la mía propia. Y cuando se frena el arrebato primero de no entender ciertas actitudes, cuando se calman las aguas revueltas sigo pensando lo mismo, que hay personas buenas con ganas de trabajar. Confío en mi capacidad de haceros tomar mi mano, como una mano capacitada para obrar e implicarse.
Hoy más que nunca tengo que dar las gracias porque me siento rodeado y arropado por ese tipo de personas, por las buenas. Por personas que, siendo amigas o no, me conocen y saben que jamás sería capaz de traicionar aquello en lo que creo. No quiero halagos ni que me den la razón como a los locos, por el simple hecho de ostentar el cargo que ahora ocupo. Quiero que haya quien, para bien o para mal, me diga aquello en lo que me equivoco y lo que hago bien, porque no en todo puedo errar. Como nos ocurre a todos.
Dentro del Ayuntamiento tengo la suerte de trabajar con un equipo que está concienciado en la labor de hacerme ver todo lo que puedo mejorar, que tiene ojos y oídos allá donde no llegan los míos y que me hace seguir en contacto con la realidad de mi ciudad. Y fuera del Consistorio, tengo la bendición de tener una familia que me apoya siempre y me da ánimos cada día, en los buenos y en los malos, aunque sea con pequeños gestos, de esos que te dan fuerza para seguir adelante.
Si no creyera estar obrando de manera correcta, no estaría en el lugar en el que estoy. No querría ser el alcalde de mi ciudad. Pero estoy convencido de que no traiciono aquello en lo que creo. Mantengo la participación ciudadana, con un Ayuntamiento abierto a la opinión, sugerencia, aseveración, crítica o consejo que me quiera hacer cualquiera de mis conciudadanos.
Estoy dispuesto a escuchar, porque siempre lo he hecho y no voy a cambiar ahora. De hecho, sigo en esa línea de trabajo. Pero entendiendo que la participación se fundamenta en el diálogo, no en la obligación; en el respeto, y no en la tiranía; en la capacidad de trabajar juntos, y no en imponer; en definitiva, en dejar aparcadas presuposiciones, prejuicios e ideas preconcebidas, y remangarse para meterse en faena.
Desde que asumí el bastón de mando de la ciudad he apostado por el consenso, el diálogo y la participación ciudadana. Y también pido perdón si antes de mi entrada como alcalde se ha cometido algún error de que no se haya sido suficientemente transparente, pero también me comprometo a que esta situación está cambiando.
Y también creo en la responsabilidad. En la mía como principal gestor de la ciudad, para los que han votado a mi partido y para los que no lo hicieron. Porque me siento alcalde de todos los portuenses. Por eso abro las puertas de mi despacho, para atender a cada ciudadano que tiene una duda, una sugerencia, una crítica o un problema. Porque siempre que esté en mi mano, en esa mano tendida que os ofrezco, ayudaré en todo lo que pueda, porque de otra manera no sería capaz de seguir. Ésa es mi fuerza.
Os confieso que ante todo me considero una persona sencilla y llana, y eso lo he aprendido no sólo de la educación que me han ofrecido mis padres, a los que agradezco los valores de los que dispongo y presumo; sino también de la que he recibido, durante quince años, de los padres jesuitas. A ellos, y a mi familia, que está en aras de incrementarse, debo lo que soy. Pero también a mis amistades, ésas que, cada día, me demuestran estar a mi lado, haciéndome aprender.
Como digo, los que me conocéis sabéis que no miento, que no me pongo medallas porque no soy de colgarme galardones que no me corresponden, y que sólo soy un hombre sencillo con ganas de trabajar. Nada más. Por eso pido que nadie intente hacer creer que soy de otra manera. Porque no van a conseguir cambiarme, por mucho que se me vapulee o se me provoque. No soy como me pintan. Pero tampoco voy a permitir que se enturbie mi capacidad de gestión, porque soy responsable de una ciudad y su devenir. Y tanto en lo bueno como en lo malo, en las decisiones agradables y en las complicadas, tengo que ser un alcalde consecuente. Y en ese camino me encuentro…
Alfonso Candón
Alcalde de El Puerto de Santa María