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El imprescindible y peligroso trabajo humanitario

Sólo el año pasado hubo más de 250 desastres alrededor del mundo. Millones de refugiados buscan cobijo y asistencia en otros países.

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Se precisan obreros crecidos en humanidad, dispuestos a tomar el mundo por amor. Cuando una sociedad pierde sus valores morales, como sucede en la actual época que vivimos, resulta muy difícil la convivencia. El mundo tiene que volver a encontrar el alma de la vida en el alma de las gentes y tomar conciencia de que la vida es lo único importante. Por ella, y sólo por ella, por la existencia de cada uno de nosotros, o sea por la de todos, solamente por eso ya vale la pena vivir. Por consiguiente, gastarse y desgastarse en la búsqueda de un consenso moral es un deber y un derecho de toda la ciudadanía, donde nadie ha de excluirse y sí incluirse.

Sabemos que cada día las necesidades humanas son más numerosas y también más complejas, lo que requiere sumar fuerzas y multiplicar la generosidad. Jamás dividir los corazones. Sólo el año pasado hubo más de 250 desastres alrededor del mundo. Millones de refugiados buscan cobijo y asistencia en otros países. Hay tantas situaciones de emergencia que cubrir que faltan manos dispuestas a donarse y socorrer a los que piden auxilio. Es imprescindible, pues, obligarse a tomar los asuntos humanitarios como algo propio y necesario, como algo justo y prioritario.

La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) acaba de solicitar 208 millones de dólares para sus operaciones de este año. Todo el dinero será poco, pero también es fundamental sembrar ética en el mundo. Es cierto que los desastres naturales tienen enormes consecuencias para las personas que los sufren, pero los causados directamente por el ser humano son todavía más crueles. El ser humano frente al aluvión de catástrofes tiene que formar parte de la solución, no ser el problema como sucede en tantas ocasiones. Las desgracias parece que nunca vienen solas y las personas que han sufrido terribles adversidades suelen quedar solos, sin nada, deseosos de recibir más amor que alimentos, puesto que para recomponer la vida se precisa algo más que una ayuda puntual, es necesario tener a alguien con quien compartir el dolor y también los sueños.

Visto lo visto, tenemos que admitir, que muchas veces nada es lo que parece, y otras lo que parece es un estado salvaje en un mundo sin orden. Vayamos a la realidad. Mucho se habla de trabajo productivo, de economía productiva, y poco de trabajo humanitario, de aquel que se injerta en el corazón humano y toma un carácter humanamente benefactor para toda la sociedad. Lo que sucede, en el fondo, es que hemos perdido el auténtico sentido humanitario y lo que se cultiva, si acaso, es una sensitiva compasión, más o menos indulgente, pero que no pasa de ahí.

En este mundo hay muy pocos que siendo grandes, se empequeñecen, que se hacen voz de los sin voz, que conviven con los pobres haciéndose pobres, sin pedir nada para sí. Hay mucha hipocresía en todo esto. Porque para estar al servicio del bien y de la causa de los excluidos, se debe actuar con total entrega e independencia, con total cesión y libertad, con total renuncia a lo que causa la marginalidad, liberado de cualquier cadena que oprima.

Al fin y al cabo, el planeta es un corazón que se mueve con muchos corazones latiendo. Esta crisis no cesará hasta que el ser humano cambie por dentro. Es cuestión de poner alma en la frialdad que nos rodea y esto sólo lo podemos activar los humanos. Aquella frase célebre del poeta y dramaturgo alemán, Johann Christoph Friedrich von Schiller, de que "haciendo el bien nutrimos la planta divina de la humanidad; y formando la belleza, esparcimos las semillas de lo divino", puede ayudarnos a despertar la ensoñación de tantos y a dormitar las amarguras de otros.

Ciertamente, el mundo de los dolores siempre lo sufren los más pobres. Por tanto, si queremos repartir los sufrimientos, que sería una buena manera de nutrir la planta divina de la humanidad, se precisa una renovación humana, sin victoriosos ni víctimas. Hay que despojarse de inhumanas conductas adquiridas. Por eso, el trabajo humanitario tiene que ser la gran apuesta del cambio, la gran gesta de la metamorfosis del ser humano, y éste no puede convivir con el peligro, porque el mundo necesita sosiego permanente, que únicamente se consigue con la buena voluntad de los humanos. No con la exclusión y sí con la inclusión. La mayor victoria para la humanidad va a ser el día en el que el trabajo humanitario gobierne nuestras vidas.

Hoy, la heroicidad de los que en verdad hacen un trabajo humanitario, todavía no es un referente de masas. ¡Qué bueno sería que lo fuera! Son los auténticos revolucionarios del cambio, representan la conciencia crítica del ser humano. Muchos pagan un alto precio por su donación a los desheredados, por caminar contracorriente y estar al lado de los desposeídos, trabajando humanamente para salvarlos. Ellos sí que tienen madera humana, viven y se desviven por servir a los últimos, y lo hacen con hechos, no con palabras.

Necesitamos testigos que ante tanta injusticia, nos haga interrogarnos, ¿dónde está la humanidad del ser humano?. Tomemos en serio nuestra condición humana, imprimamos humanismo y dinamismo humano a nuestro diario de vida. No es suficiente llamarse seres humanos, hay que vivir y convivir como tales. El riesgo de deshumanizarnos es un presente con futuro, para desgracia de la especie.

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