Érase una vez un pueblo de la provincia de Huelva donde a un vecino amante de la música y de las canciones del verano al que -quizás por eso mismo y por su admiración al cantante del mismo nombre que las interpretaba apodaban Bertín- le dio por abrir una venta en las afueras del municipio.
El emulador del Bertín jerezano eligió con buen ojo clínico un cercado colindante con un nudo de carreteras en el que confluían un par de vías de comunicación: la que, al Norte, conectaba con las sierras del interior y la que, al Oeste, llevaba a los lugareños y turistas hacia las playas del litoral.
Como en todos los negocios que empiezan, los principios de Bertín al frente de su venta de carretera no fueron fáciles, pero gradualmente se fue haciendo con una buena clientela. No le faltó el “chorreíto” diario de los camioneros, que hacían allí un alto en su camino; tampoco los madrugadores cazadores cuando se levantaba la veda; los fines de semana, el local se llenaba de domingueros en su ruta hacia la costa o la serranía, y durante el resto del año, albergaba todo tipo de celebraciones: bodas, bautizos, comuniones, aniversarios, comidas de las hermandades del pueblo y de Navidad…
Sin rival
Bertín se convirtió en un próspero hombre de negocios y acumuló un capitalito con el que podía permitirse más de un lujo, desde comprarse un Mercedes hasta un apartamento en esas playas a las que se dirigían muchos de sus clientes que recalaban en su venta antes de proseguir viaje hasta el borde del mar.
Sin embargo, el jovial protagonista de esta historia no se compró nada de eso con los primeros millones que ganó, sino, atención, los terrenos que estaban enfrente de su venta, al otro lado del nudo de carreteras. La decisión de Bertín causó extrañeza en el pueblo. Sus paisanos pensaron que quizás iba a lanzarse a construir una gasolinera, pero no, el ventero no hizo nada. Pasó el tiempo y los suelos seguían baldíos, llenos de maleza.
Un día, alguien se tomó la libertad de preguntarle por qué había tirado el dinero en comprar unos cercados sólo para dejarlos ociosos, sin ningún fin aparente. Y con su respuesta, el ventero demostró su inteligencia innata:
-He comprado los terrenos de enfrente para que nadie pueda venir un día y construir otra venta que me haga la competencia.
La fresa
En Huelva, si lo sabré yo, son muy dados a aplicar el que podríamos llamar “el principio de Bertín”. En otra ocasión tuve la oportunidad de oír de labios del entonces presidente de la Caja de Ahorros Provincial, luego conocida como El Monte por aquello de las sucesivas fusiones, que una de las oficinas más rentables de la entidad se hallaba en un pueblo fresero, no recuerdo bien si se trataba de Palos de la Frontera o de Moguer (no cometan el craso error de decir eso de Palos de Moguer, so pena de soliviantar los ánimos de los palermos).
Sin embargo, un día aterrizó como director de la sucursal de una entidad financiera de la competencia un joven muy carismático que en vez de hacer lo habitual que se estilaba hasta entonces, quedarse en su despacho esperando la llegada de los clientes, se dedicó a visitar a los vecinos casa por casa. Más pronto que tarde fue arrebatando clientes a la Caja, cuyo equipo, confiado en su superioridad tradicional, se había dormido en los laureles, en plan camarón.
Obviamente, la bajada del volumen de negocio y del número de impositores no pasó inadvertida en la central de la Caja. Rápidamente, su presidente dio un golpe de mano: fichó al director de la sucursal competidora por el doble del sueldo y lo puso al frente de su oficina en el pueblo fresero. Explicación que dio a su círculo de confianza:
-No puedo consentir que alguien me haga la competencia en mi feudo de toda la vida.
A su manera, el banquero había aplicado el mismo principio que Bertín, el ventero.
Majarabique
El pasado mes de noviembre, el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF) sacó a concurso la terminal ferroviaria de Majarabique, sita a 5 kilómetros al Norte de Sevilla (término de La Rinconada), que al quedar fuera del ámbito del puerto de Sevilla está también al margen de la restricción de precios que impone Puertos del Estado para todos los puertos de España y donde por tanto el mercado es libre.
ADIF ofrecía un contrato de diez años, prorrogables por otros cinco, a cambio del pago de un canon de 100.000 euros anuales durante un decenio, más el compromiso de invertir un millón de euros para crear allí un punto de carga y descarga de mercancías transportadas por ferrocarril.
Hay que tener en cuenta que Majarabique es como el Despeñaperros ferroviario de Sevilla, punto de paso obligado para los trenes de mercancías cargados de contenedores con destino a o salida desde el puerto hispalense para conectar con el resto de España.
En una nota de prensa emitida cuando la cosa ya no tenía remedio, la Autoridad Portuaria de Sevilla (APS) confesó que no consideró conveniente optar al concurso de la terminal ferroviaria de Majarabique porque habría supuesto “un incremento de los costes logísticos por la duplicidad de las infraestructuras, la dispersión de la oferta y una pérdida de eficiencia”. Según la APS, su apuesta consistía en potenciar la dársena del Batán.
Nicho vacío
Y, claro, como el puerto de Sevilla renunció a presentarse al concurso por la terminal de Majarabique, se produjo un fenómeno similar al que describen los biólogos en la Naturaleza: cuando una especie animal deja un nicho ecológico vacío, otra tiende a ocuparlo inmediatamente. El Puerto de Huelva, viendo el terreno dejado libre por el de Sevilla, se ha hecho con ese nudo ferroviario estratégico de Majarabique sito en la retaguardia de este último.
Ahora, el puerto onubense puede crear allí, donde los trenes llegan antes que al puerto sevillano, su propia zona logística y enviar o recibir con destino u origen a Huelva capital o cualquiera otra de Andalucía trenes cargados de contenedores llenos de mercancías, la principal ventaja competitiva hasta ahora del puerto de Sevilla, e incluso con costes más baratos porque Majarabique no está sometido a los precios regulados que impone Puertos del Estado y puede incentivar al operador al que le ceda su manejo.
En resumen, gracias a la miopía de la Autoridad Portuaria de Sevilla, que ahora se queja torpemente de que le hacen competencia desleal, el puerto de Huelva se puede convertir en su competidor directísimo y arrebatarle cuota de su tráfico de contenedores por ferrocarril.
Al contrario de lo que bien saben, y practican, en Huelva, a la Autoridad Portuaria no se le ocurrió aplicar el eficaz principio de Bertín: nunca dejes libre el terreno para que otro pueda hacerte algún día la competencia.