Carmen, Paco y Elisabet son tres de los muchos jóvenes de San Fernando atrapados por la espiral del desempleo, la que exige experiencia a unos profesionales a los que no dan trabajo por no poder aportar experiencia, quizá uno de los grandes fallos de todos los sistemas educativos españoles que se hace ahora más patente que nunca.
Pertenecen a una nueva generación de jóvenes sobradamente preparados académicamente para poder competir en un mercado laboral ahora cerrado, enviciado tanto en el fracaso normativo de los planes de educación como en la carcoma que lo convierte en oportunidad para la empresa e inseguridad para el trabajador, en el que los cambios aprobados no dan los resultados que sólo se esperaban los incautos. Porque es una cuestión de ilógica lógica, de pan para hoy y hambre para mañana, de competitividad entendida desde la ganancia perentoria y la calidad aplazada.
Los empresarios prefieren contratar a estudiantes en práctica con contratos de tres meses antes que a profesionales que han dejado de ser estudiantes, que son más caros, de forma que aquellos que terminan sus estudios son carne del paro, adiptos a rellenar y enviar currículos, habituales del trabajo basura, si hay suerte y mantenidos por sus familias. Pero siguen siendo dependientes.
Eso es, grosso modo, lo que explicaron los tres en la entrevista solicitada por este periódico después de que llamaran la atención sobre su situación a través de un video que colgaron en You Tube y que lleva ya más de tres mil visitas, pero por el que –al menos por ahora- sólo reciben muestras de solidaridad, que no ofertas de trabajo.
Carmen, licenciada en Comunicación Audivisual y máster en televisión; Paco, maestro de Educación Física, Licenciado en Psicopedagogía con un curso de dos semanas en Alemania estudiando en inglés y un año en ese país y Elisabet, diplomada en Trabajo Social, ha realizado diversos cursos orientados en su carrera, ha hecho prácticas y voluntariado. Los tres terminan la somera exposición de sus currículos con la misma especialidad: “Estoy en paro”.
-Ustedes son una inversión de sus respectivos padres que me consta que ninguno de ellos son dueños de un cortijo. Y ahora se ven en la tesitura de que el único trabajo que hay es en el sector servicios, si lo hay, pero nada para aquellos para lo que han estudiado.
-En el reportaje que hemos hecho, que se titula
Jóvenes con pasado, la figura de los padres es esencial para que hayamos estudiado y sigamos estudiando y los que nos respaldan siempre, siempre están detrás –dice Carmen.
-Me supongo que ustedes, como jóvenes, tendrían expectativas de emanciparse y ahora están atrapados. ¿Se sienten defraudados por la sociedad?
Paco lo tiene muy claro. “Yo tenía un pensamiento totalmente distinto de dónde iba a estar con 27 años, la verdad. Pensaba que habría terminado mi carrera, tendría mi trabajo de lo que yo he estudiado, si no fijo, al menos metido en el mundillo. Pero con 27 años sólo encuentras trabajo en el sector servicios, de camarero, cosas que no te dan nada de lo tuyo y no te dan una experiencia para poder terminar trabajando bien en tu profesión. Es una frustración total, con 27 años y poniéndole todavía la manita a los padres”.
¿Porvenir? ¿Dónde?
Formar una pareja, estabilizarse, es “una utopía y cada vez se va alargando más”, dice Elisabet. “No tenemos un presente, tenemos si acaso un futuro a largo plazo, y tan largo que ni siquiera lo vemos”, lo que convierte su situación no sólo en una frustración a nivel profesional, sino también personal.
Los tres –o los seis que han hecho el video, que es lo mismo que decir que los millones de jóvenes españoles en paro- han hecho prácticas en empresas, pero prácticas no remuneradas que “no nos cuenta como experiencia, cuando en todos sitios te piden un año o dos de experiencia. ¿Cómo podemos demostrar que somos aptos en nuestros empleos si no nos da la posibilidad de demostrarlo?”
Paco reconoce que también tienen la mala suerte de haber nacido en la provincia de Cádiz y que en otras ciudades como Madrid podrían tener más posibilidades. Los tres están dispuestos a partirse la cara por el mundo, ir a Madrid o a Barcelona, al extranjero. Y de hecho han estado. Carmen estuvo en Londres donde “ya vas por la calle y se escucha más español que inglés” y Paco se irá a Madrid a probar suerte apoyado por su novia que está preparando un doctorado y ha tenido la suerte de conseguir una beca. O dicho de otra forma, no están por la labor de quedarse parados a esperar a que los llamen, sino que sencillamente no tienen a dónde ir.
Y es que, cuentan, irse a Madrid es tener más posibilidades, pero no siempre. Antes sí, ahora hay miles de jóvenes que están haciendo en la capital de España o en cualquier capital extranjera lo mismo que están haciendo aquí, trabajando de camarero, de azafata si reúne condiciones, de voluntaria o de cualquier cosa que salga.
La ausencia de un sistema de estudio dual, tanto en lo que a trabajo se refiere como a idiomas, es una de las causas de esa pescadilla que se muerde la cola y un freno a cualquier expectativa de mejorar. No hay tallos verdes para los nuevos profesionales “porque en España no apuestan por los profesionales”.
Los emprendedores de la teoría
La otra salida es la cantinela de los políticos, empeñados en hacer de cada uno de los parados jóvenes españoles un nuevo emprendedor, un empresario. “Yo soy diplomada social- dice Elisabet-. ¿Qué empresa monto? Puedo poner una panadería pero no es mi profesión”. Y por lo tanto, de nada le va a servir cuando de nuevo se encuentre en la tesitura de tener que presentar el año o dos años de experiencia que le pedirán cuando tenga la suerte de poder hacer una entrevista de trabajo.
A eso se suma que las medidas que se implementan desde las administraciones son más teóricas que prácticas, porque poner en marcha cualquier empresa, de lo que sea, cuesta un mundo. Y se dice cuesta un mundo de forma literal, porque incluso el IVA se cobra antes de vender, que ya tiene que ser deprimente pagar por adelantado lo que puede que cobres dentro de muchos meses.
También es fundamental la suerte, claro está, pero en algunas ocasiones no es más que una oportunidad para dejar en evidencia el sistema educativo y el de formación para el empleo. Paco está haciendo unas prácticas de psicopedagogía, la segunda de las carreras que ha estudiado, y “no quiero decir qué estoy haciendo porque quiero terminar los seis meses, pero no tiene nada que ver con la psicopedagogía”. Aunque al menos le cuenta como práctica y en su currículo aparecerán como tal, “pero realmente no tengo esas 480 horas de práctica en psicopedagogía”.
Así es cómo se vuelve a los padres. Cuando no están trabajando en el sector servicios, están en una academia estudiando inglés, “con lo que cuesta eso” o bien se han ido al extranjero “a trabajar en lo mismo que lo hacen aquí”. Y es que es cierto que se han contado historias bonitas de jóvenes que han salido fuera y les ha ido bien después de muchos sinsabores, pero está esa otra mayoría que a lo más que llega es a aprender con fluidez el idioma trabajando de lo que surja.
Carmen estuvo en Inglaterra y constaba como niñera interna en una casa, pero ya que estaba allí también tenía que realizar tareas como limpiar, una especie de chacha para todo aunque luego pudiera decir en su currículo que había estado como niñera. “Te vas contenta porque vas a mejorar tu inglés y vas a estar cuidando niños y luego tienes también que limpiar, que no pasa nada por ello, pero no tiene nada que ver con las expectativas que tienes al terminar tus estudios”.
Es el sino de la que se ha dado en llama la “juventud perdida”, un término que a Carmen la rebela porque “yo no estoy perdida, he hecho todo lo que tenía que hacer”, lo mismo que la rebela el término “ni-ni” porque “no es cierto, seguimos estudiando y seguimos trabajando”. "La que está perdida es la sociedad".
Lo peor de todo es que se trata de los jóvenes que más pronto que tarde tendrán que coger las riendas del país y lo harán sin la experiencia laboral suficiente para conseguir los mejores resultados. Y lo que puede ser peor –coinciden los tres y las compañeras que las acompañaban en la entrevista aunque fuera de la cámara- sin la ilusión suficiente para asumir el relevo generacional al que están abocados.
¿Se puede convertir la frustración en rabia y la rabia en violencia? No son jóvenes de esa clase, pero son personas que están siendo sometidas a una constante humillación por la sociedad y la época que les ha tocado vivir. Jóvenes con toda la fuerza del mundo que no ven un futuro medianamente aceptable a pesar de haber hecho sus deberes, haber cumplido la parte que le pidieron a cambio de un porvenir que ahora sólo está compuesto de días de espera y de esperanzas que se van volviendo desesperanzas. Y perder la esperanza sí que es un lastre para el futuro. El de todo el país.