De cualquier dirigente político se puede decir que concita sentimientos de amor y odio en función de que los que expresen su opinión sean los afiliados y simpatizantes propios o de partidos ajenos, pero pocos, muy pocos, han sumado en la historia de la Transición tantos adjetivos a favor o en contra de adeptos y detractores como Alfonso Guerra.
Guerra ha dado hoy un paso atrás que cierra una etapa histórica del socialismo español. El que fuera vicesecretario general del partido y vicepresidente del Gobierno con Felipe González, ha anunciado que abandona el escaño y la política.
"Estoy de retirada vital, en todos los sentidos", confesaba en una entrevista con motivo de la presentación, hace algo más de un año, del último tomo de sus memorias, titulado "Una página difícil de arrancar".
En ese libro, fiel a su trayectoria, su fama y su conciencia, ajustaba cuentas con algunos de los que fueron sus compañeros en el partido y abundaba en los errores de una derecha que durante décadas ha sido el blanco preferido de sus dardos dialécticos.
Consecuente con esa confesión, quien era hasta ahora el único político que había conservado su escaño desde las primeras elecciones democráticas y quien dio nombre durante años a un sector del partido, ya no estará en las listas del PSOE en las próximas elecciones generales.
Serán una candidaturas encabezadas por el quinto secretario general del PSOE con el que Guerra ha sido diputado, Pedro Sánchez, y que no era su favorito en las primarias celebradas antes del verano porque respaldó a Eduardo Madina.
Pero asegura que su decisión nada tiene que ver con la nueva dirección del PSOE a pesar de que en uno de sus últimos actos públicos (junto a González, Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero con motivo de la conmemoración del 40 aniversario del Congreso de Suresnes) cuestionó la viabilidad de la reforma constitucional que ahora defiende su partido.
Alfonso Guerra se va en un ambiente de renovación política generalizada, con fuerzas como Podemos disputando al PSOE la hegemonía de la izquierda y cuando siguen goteando casos de corrupción que rememoran la etapa que vivió hace casi un cuarto de siglo desde la vicepresidencia del Gobierno.
Uno de ellos, el relacionado con las actividades de su hermano Juan en su despacho de la delegación del Gobierno en Sevilla, fue el detonante de su salida del Ejecutivo de González, una persona a la que une ya una relación bastante alejada de la foto que protagonizaron juntos en una ventana del hotel Palace de Madrid y que fue uno de los símbolos de la victoria socialista de 1982.
Ácido en sus críticas, era (y hasta ahora seguía siendo) el dirigente socialista más demandado por las organizaciones territoriales del partido para unos mítines en los que siempre oía la misma petición: "Alfonso, dales caña". Y él, no defraudaba.
Su dureza dialéctica contrasta con su confesión de que es tierno y romántico. Quizás esa veta es la que vertía en los versos que a mediados de los ochenta aseguraba escribir todos los días como una forma de alejarse de los problemas de la política. Sin duda que a esa meta le ayudaba también el músico por el que siempre ha dicho sentir pasión: Gustav Mahler.
Ahora tendrá más tiempo para disfrutar de todo ello y de observar con algo más de distancia un día a día político en el que lamenta que cada vez más proliferen voces contra la Transición porque lo considera injusto.
Guerra se marcha, pero queda la impronta del guerrismo que nunca admitió abiertamente que existía en el partido. Alfonso cede el paso convertido en una página socialista difícil de olvidar.