"Andalucía canta y en su cantar suspira. Andalucía canta y en su cantar implora. Andalucía canta y cuando canta... llora". Juan Morales Rojas.
Andalucía está llena de andalucías, de hecho todas ellas juntas dibujan ese mapa que le da forma a la primera. La grande. Una tierra de dimensión geográfica y poblacional semejante a Portugal, mayor que Austria, Irlanda, Lituania, Croacia, Suiza o Bélgica; solo la provincia de Cádiz es casi como todo el País Vasco. Su milenaria historia con tanto cruce de razas se resume en un quejío roto, mezcla de culturas y es ésta una Andalucía sobre la que cabalga España porque la cultura es, qué duda cabe, la esencia de los pueblos.
Es cultura, sí, pero también otras muchas cosas; interior y costa, clima plácido durante todo el año que la convierte en un sueño residencial para media Europa, infraestructuras, comunicación, gastronomía, fiestas y muchos pueblos repartidos en ocho provincias cada una con encanto y personalidad propia. Es actual, tópica y lo contrario, hecha y por hacer al mismo tiempo, más envidiada que envidiosa y, por ello, el andaluz por norma no gusta abandonar su tierra y solo la necesidad laboral, su gran déficit, le aleja de la tierra que le vio nacer porque por desgracia carece de un tejido empresarial sólido que ate a todas esas nuevas generaciones que se tejen en las universidades. Una generación nueva y hermosa, bien preparada, amante de su tierra y de sus tradiciones porque Andalucía es, sobre todo, tradición, cosida a mano a lo largo de miles de años desde que fenicios, romanos, árabes y tantos otros pueblos atravesaron estos senderos dejando sus huella, su sello, su paso. Los jóvenes son el futuro de estos 87.268 km cuadrados, la segunda más extensa del país tras Castilla y León y la más poblada: 8.476.718 habitantes en el censo de 2021.
Si su débil tejido empresarial en el segmento de empresas medianas y grandes es el gran talón de Aquiles porque por ello debe agarrarse a la industria del turismo y a la restauración que ésta representa gracias a su vasta y variada extensión, su legado histórico y festero y su clima, su incapacidad para ser decisoria en el orden político nacional resulta, por otra parte, incomprensible pese a que los gobiernos de España se asientan con los votos, sobre todo, que se generan en Cataluña, comunidad valenciana y, cómo no, Andalucía, que quita o pone sin reclamar casi nada a cambio. En este sentido, dormita en un plácido sueño.
Solo hay que comparar el desarrollo con respecto a otras comunidades para tomar conciencia, sobre todo en el fomento y creación de industrias que, a la postre, son las que generan riqueza. Sobre este hecho muchos argumentan lo contario tirando de balances de inversiones en diferentes materias, pero solo faltaría que no se hubiesen hecho carreteras, abierto líneas de comunicaciones ferroviarias o creado infraestructuras, avanzando en materias como sanidad, educación o transportes. Solo faltaría. No es eso, es el impulso histórico en financiación que hubiese necesitado esta comunidad para dejar de estar en la cola de Europa en materia de empleo, para tener un tejido empresarial fuerte generador de lo mismo. Pero el andaluz no es, para su desgracia -o para su fortuna, a saber-, reivindicativo, por eso pone gobiernos sin exigir nada a cambio; catalanes, vascos o valencianos lo han visto siempre de otro modo.
En este sentido, el divide y vencerás ha resultado efectivo porque una comunidad como ésta unida hubiese resultado muy peligrosa para el resto país y, aunque no pocos se han envuelto en la blanca y verde ocupando el espacio nacionalista reivindicativo propio de este estado español repartido en comunidades, lo cierto es que los diferentes gobiernos andaluces han sido excesivamente dependientes de Madrid y esto, en general, no ha resultado beneficioso. Es como ese gigante que duerme, mecido por la brisa del mar a través de sus 1.100 kilómetros de costa y por este clima veraniego de casi ocho meses al año y que, en su dormitar, es feliz, siempre que no se le ofenda y no se altere el ritmo de la vida. El andaluz se siente, a partes iguales, España.
El martes pasado día 28 celebró su día y, para ello, el gobierno de la Junta avanzó en su idea de fundirse con la blanca y verde y ocupar ese espacio andaluz que en otros tiempos fuera del PSOE y que ahora habita en las manos del PP porque en contra de lo que muchos durante mucho pensaron Andalucía no es de izquierdas, es tradicional, no le gusta que alteren su pálpito, su día a día, su manera de vivir, sus tradiciones. La gala conmemorativa celebrada en el teatro Maestranza fue, para ello, medida, una gala muy show televisivo donde el presidente elevó su figura de perfil moderado y supo meter los mensajes políticos, conducido por una Eva González que perdió el hilo del acto institucional que presentaba para mostrarse cercana, divertida y con un toque marujil que seguro a la audiencia gustó y que, por momentos, vulgarizó el señalado momento. Eso sí, cumplió el papel que se le pedía. El caso es que, por encima de todo, el PP le tiene cogido el punto a esta tierra que tanto se le resistió y que ahora es, en términos electorales, suya, de hecho la previsión que con recelo guarda para estas próximas municipales son muy elevadas y más ante un PSOE andaluz que empieza a caer en la cuenta de que su tránsito por el desierto no será corto. Y lo teme porque no hay a día de hoy ninguna previsión, expectativa, sondeo propio o ajeno que le aleje de los pesimistas augurios próximos y menos ante un PP andaluz que, de blanco y verde sobre su habitual azul, maneja con soltura el ritmo del vivir andaluz.
El gigante dormido, con todo, se agita en las universidades porque esta Andalucía que viene de la de ayer es, hoy, moderna, conectada, digital, preparada y entre lo que suma y viene, inmensa, en territorio interior, costa, población y, sobre todo, futuro.
"Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre el mar, y el caballo en la montaña". Lorca.