En un pequeño garaje del barrio malagueño de Fuente Olletas, convertido en taller, Manuel Fernández Pérez hace magia con sus manos desde hace 25 años, dedica su tiempo libre a hacer vidrieras.
Siempre me ha gustado, lo que pasa es que no he tenido oportunidad. Cuando me jubilé me apunté a un curso del AyuntamientoManolo, junto con su familia, se mudó a Málaga desde el municipio gaditano de Bornos con 14 años, tras fallecer su padre en el año 1955. “Mi madre alquiló las casas que tenía en Bornos y con eso y con lo que ganaba mi hermano Joaquín empezamos en Málaga una nueva vida”, ha dicho Manolo echando la vista atrás. Unos años después, en 1964, emigró hasta Alemania para ahorrar, “porque aquí estaba tieso”. Con lo que ganó volvió a España, “me puse un profesor y me presenté a los oposiciones de Telefónica”, ha recordado, y las aprobó.
Estuvo toda su vida trabajando de técnico, pero su verdadera pasión siempre fue el arte. Sin embargo, el trabajo, la rutina y la falta de tiempo y dinero se lo impidieron. No fue hasta 1996, al jubilarse, cuando se dedicó en cuerpo y alma a sus vidrieras.
“Siempre me ha gustado, lo que pasa es que no he tenido oportunidad. Cuando me jubilé me apunté a un curso del Ayuntamiento de Málaga en Churriana” y fue entonces cuando comenzó su andadura en el arte. “Íbamos Paco, Joaquín, Serrano y Tamayo; íbamos los cinco al curso y allí lo pasábamos estupendamente”, ha rememorado con una sonrisa que se podía ver incluso detrás de la mascarilla.
Desde entonces, ha creado más de un centenar de vidrieras, muchas de ellas inspiradas en los cuadros de Picasso, Revello de Toro, Van Gogh o Dalí. Ha hecho varias exposiciones en Málaga y Bornos. Y allí, en la iglesia de su pueblo, se exponen permanentemente tres de sus vidrieras. “Me dijo Don Juan, el cura, se está arreglando la iglesia y me tienes que regalar algo”, ha contado; a Don Juan “le gustó” y así es como la puerta de la iglesia del pueblo, la puerta del camarín de la virgen y la ventana del Sagrario lucen las vidrieras de Manolo.
Con mucho cariño hace todas las vidrieras que su economía le permite. Algunas se las ha regalado a sus vecinos y otras a sus hijos y nietos. El resto, las guarda como un gran tesoro.
Una lección de vida que da este gaditano y medio malagueño de 83 años, que es la muestra de que nunca es tarde para hacer lo que más nos gusta.