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Y llegó el verano

Eran los veranos en blanco y negro, de noches de colchones en los suelos para mitigar la calor, de pelotazos hasta entrada la madrugada

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  • Playa de Valdelagrana. -

Sin prisas pero sin pausas. En su justo momento. El día 21 de junio, festividad de San Luis, llegó el verano y los colegios cerraron, las playas se llenaron, las carreteras se atestaron y las ciudades de interior se vaciaron. La multirrepetida historia de cada año desde que en todas las familias hay coches, desde que hay posibilidades para echar gasolina, hacer la tortilla y llenar la nevera de bebidas y desde que se entendió que había más vida que un balón para los niños y el cordel sobre el que saltar para las niñas en la calle o las sillas de enea para sentarse en las casa puertas a pasar la noche, después de aquellas tardes eternas en el patio con la radio encendida, radio novela tras radio novela, y la lengua preparada para ir matando horas aunque   a veces, pocas ciertamente, la monotonía se rompía para comprar higos chumbos que el vendedor voceaba sin miedo a enfadar a quien le podía romper la siesta o bien para consumir un helado que comprabas en esos carros que transitaban por el empedrado igual que ahora lo hace por las arenas playeras. Tiempos de antaño en los que incluso una o dos veces al mes, cuando los abuelos se estiraba, te dabas la alegría de ir a uno de esos añorado cines de verano a ver una película del oeste mientras comías altramuces.

Eran los veranos en blanco y negro, de noches de colchones en los suelos para mitigar la calor, de pelotazos hasta bien entrada la madrugada, de carreras delante de los guardias municipales para esquivar la multa porque estaba prohibido jugar, aunque se jugaba, de esperar el paso de los coches de caballos para montarte en la zona trasera, de un día de playa aprovechando la paga del 18 de julio, con la sandia enfriandose en la tierra, con el viaje en tren hasta El Puerto, con la noche sin poder rozarte por parte alguna de tu cuerpo porque te ponías colorado como un tomate pero que lo vivías como si no hubiese un mañana. Y es que cuando no tenias nada y te daban algo lo cogías como si fuese lo mejor del mundo. La vida se saboreaba de otra manera. Ni mejor ni peor. Diferente.

Veranos, a pesar de todo, entrañables, de amistad sincera, de vecindad honesta que ya no volverán pero que recuerdo con enorme cariño.

 

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