En una tumba sin nombre del cementerio católico de St. Mary, en Londres, yace la reliquia de lo que fue Patrick O’Connell, don Patricio, el entrenador irlandés que en 1935 hizo campeón de liga al Betis republicano, aquel Betis que no era Real, sino solo Balompié. De O’Connell uno no está muy seguro si fue un personaje real o un fantasma de puro fútbol que recorrió aquella revuelta Europa de entreguerras.
nacido en Dublín en 1887, Patrick O’Connell fue primero jugador, un buen jugador, centrocampista defensivo, que llegó a lucir el brazalete de capitán del Manchester United. Como jugador de los “red devils” participó en uno de los partidos más infames de la historia del futbol inglés: el conocido como “The Fixed Game” -el partido amañado-, que enfrentó al United y al Liverpool el Viernes Santo de 1915. Los jugadores de los dos equipos pactaron un 2-0 para el Manchester, con el objetivo de embolsarse una apreciable cantidad de libras gracias a las apuestas. El otro partido que marcó su vida como futbolista se había jugado un año antes, y pasó a la historia como “el partido de los nueve hombres y medio”. Irlanda y Escocia jugaban la final del “Home Championship”, el campeonato de casa, que para los británicos, inventores del fútbol, fue el autentico Mundial durante mucho tiempo. Irlanda jugaba con diez cuando O’Connell cayó en mala postura y se rompió un brazo. Pero aguantó. Irlanda ganó el Campeonato y aquel dublinés de hierro se convirtió en un héroe nacional.
Patrick O’Connel llegó a España en 1922 para entrenar al Racing De Santander. Una década más tarde completó su huida al sur en Andalucía, donde se hizo cargo del Betis, que acababa de convertirse en el primer equipo andaluz en ascender a Primera División. No le costó aficionarse al modo de vida de aquella Sevilla machadiana de toreros y gitanos, ¡oh maravilla! Amante de la feria, del fino y el flamenco, Patrick O’Connell se convirtió en don Patricio, aunque hubo algo en lo que no transigió: su manera aguerrida de entender el fútbol. Construyó un equipo fantástico, repleto de jugadores vascos: Urquiaga, Areso, Aedo, Larrinoa, Lecue, Unamuno… con el que se proclamó campeón de liga, la única en la historia verdiblanca. El alirón llegó, por cierto, contra su exquipo, el Racing, el sábado de feria de 1935.
Tras el éxito O’Connell firmó contrato con el FC Barcelona. Pero el mal viento de la guerra civil se llevó por delante aquel proyecto. Estaba de vacaciones en su país cuando estalló el conflicto; vista y comprendida la situación, el Barcelona le envió una carta indicándole que entendía que no quisiera regresar, pero O’Connell sorprendió a todos: “Tengo un contrato firmado y pienso cumplirlo”. Patrick O’Connel volvió a Sevilla terminada la guerra. Se instaló en la calle Progreso número 29. Entrenó al Betis y también al Sevilla, y a los dos los ascendió de Segunda a Primera División.
Tras pasar de nuevo por Santander a finales de la década de los 40, su figura se disolvió en la bruma del olvido. Aunque cuando llegó por primera vez a España había dejado mujer e hijos en Inglaterra, en nuestro país volvió a casarse con una institutriz de los hijos del rey Alfonso XIII llamada Ellen. Daniel O’Connell, uno de los hijos de su primer matrimonio, se acercó un día de 1949 al seleccionador Español, el sevillano Guillermo Eizaguirre, con motivo de un partido disputado por nuestra selección en Inglaterra. Le preguntó si conocía a su padre y Eizaguirre le contestó que sí, que seguía viviendo en Sevilla.
Daniel se trasladó entonces hasta Andalucía en busca de su padre, pero se encontró con un recibimiento distante y frío. O’Connell lo citó en el Parque de María Luisa, y en lugar de preguntarle por la familia, lo interrogó extensamente sobre… la marcha del Manchester United. Probablemente no era dureza de corazón, sino que en aquel corazón solo había sitio para el fútbol. Daniel le preguntó por la vida en Sevilla, y O’Connell le contestó en sentencia memorable: “es una ciudad en la que la gente vive como si fuera a morirse esta misma noche”.
Patrick O’Connell falleció pobre y solo, en una pensión inmunda cerca de la estación londinense de St Pancrace, el 27 de febrero de 1959. Tenía 71 años. De nuestro país, al que conoció en la paz y en la guerra, había dicho “España es como un partido de fútbol en el que los dos equipos tratan de comprar al árbitro”. Exactamente como hoy, don Patricio.