Bill Shankly fue mucho más que un gran entrenador de fútbol. Fue el arquitecto que ideó y construyó el Liverpool moderno. Pero no les hablaré de él, ni de las muchas sentencias y ocurrencias que nos dejó, y que hoy se siguen recitando en todo el mundo como si fueran versículos del sagrado libro del fútbol. Especialmente ácidas fueron las que le dedicó a su gran rival ciudadano, el Everton: “en Liverpool hay dos grandes equipos, el Liverpool y los reservas del Liverpool”; “Si el Everton jugara en el jardín de mi casa, correría las cortinas” ; “Cuando no tengo nada que hacer miro la parte de abajo de la clasificación, para ver cómo va el Everton” … Cuando en 1980 murió Willian “Dixie” Dean, el mejor delantero de la historia del Everton, Shankly sentenció: “creo que el pobre Dixie estaría impresionado de saber que acude más gente a su entierro que a ver al Everton el sábado por la tarde…”.
No fue ni mucho menos una falta de respeto, porque si hubo un jugador del Everton al que Shankly admiró y respetó, fue William Ralph Dean, del que también había llegado a afirmar “Dixie Dean ha sido el mejor delantero centro que nunca ha existido. Pertenece a la estirpe de los genios como Beethoven, Shakespeare y Rembrandt”.
Sus compañeros le llamaban Dixie, y a él no le hacía gracia. Se lo decían porque tenía el pelo rizado, y sus facciones denotaban que por sus venas corría remota sangre de esclavos africanos. Nació en 1907 en una aldea de los alrededores de Liverpool, y en 1925 el Everton pagó la fabulosa cifra de 3000 libras por él, cuando todavía no había cumplido 18 años. En su debut le marcó tres goles al Burnley, y fue un presagio de lo que sería su carrera con los “Toffees”. En su primera temporada sumó 32 goles. Un accidente de moto estuvo a punto de terminar con su carrera y con su vida. Se fracturó el cráneo, pero contra todo pronóstico pudo volver a jugar.
Pero antes de seguir, permítanme un flashback. Cuando nació la FIFA en 1904, los británicos tenían ya perfectamente organizado y reglamentado el fútbol, de tal manera que desde entonces hasta ahora apenas ha sufrido modificaciones. Llamativa fue la introducción de las tarjetas y los cambios en 1970. Pero mucho más decisivo resultó el cambio acordado por la International Board en 1926. Afectaba éste no a una regla, sino a LA REGLA. Así se conoció durante mucho tiempo al fuera de juego. Recibió éste en un principio el nombre de “avance furtivo”, y su introducción en el reglamento fue una consecuencia más del fair play, se pretendía que nadie se aprovechara del esfuerzo de los demás para marcar un gol de forma sibilina. En su origen, el offside no fue como lo conocemos ahora: para caer en fuera de juego era necesario que hubiera no dos sino tres rivales entre el atacante y la portería contraria. En 1926, a propuesta de la federación escocesa se introdujo en el reglamento un cambio mínimo, pero decisivo: donde ponía “tres” se puso “dos”. Y nadie como Dixie Dean entendió y aprovechó esta variación mínima para hartarse de marcar goles.
En la temporada 1927/28 anotó 60, marca que a día de hoy nadie a conseguido igualar, al menos en las grandes ligas. Los tres últimos goles de esta cifra redonda y fabulosa se los marcó al Arsenal en la última jornada de aquella temporada, toda una hazaña si tenemos en cuenta que los gunners, de la mano de Herbert Chapman, eran probablemente el mejor equipo del mundo en aquel momento.
Ganó dos ligas con el Everton, pero probablemente su mayor tarde de gloria llegó en 1933. Ya como capitán, el 29 de abril de aquel año logró conquistar la FA CUP en el viejo Wembley, en tarde gloriosa contra el Manchester City. Un trofeo del que, para quien no lo entienda, sir Bobby Robson afirmó en sentencia memorable, “para un inglés solo hay un partido más importante que la final de la FA CUP, y es la final de la Copa del Mundo”.
Dixie siguió jugando en el Everton hasta 1938. Un año más tarde consiguió el retiro soñado por cualquier futbolista verdaderamente inglés: montó un Pub, y allí entre trago y trago de cerveza completó su vida marcando una y otra vez para los amigos todos sus goles, uno detrás de otro.
Pero le quedaba a Dixie un momento definitivo de gloria. Una tarde de marzo de 1980 acudió como solía a Goodison Park para ver jugar a su equipo. Ese día, además, había derbi contra el Liverpool. Y allí, en las gradas, un infarto se lo llevó. Si ustedes visitan el nuevo/viejo campo de los Toffees, verán a la entrada la estatua de un futbolista de rasgos muy marcados con un balón en las manos. Ese es Dixie, que regresa al centro del campo después de marcar otro gol. En el pedestal puede leerse: “Footballer, Gentleman, Evertonian.” Futbolista, Caballero, Evertoniano.