Un Bush meditabundo y a veces combativo compareció ante los periodistas con bromas y un manto de nostalgia, a ocho días de entregar la llave de la oficina más poderosa del mundo a Barack Obama. No mostró grietas en algunas de sus decisiones, que defendió con energía, como la política en Irak y la guerra contra el terrorismo.
Pero en otras mostró claroscuros y reconoció errores, como el canto de victoria prematuro en Irak, reflejado en una pancarta colgada de un buque en 2003, poco más de un mes tras la invasión. “Claramente poner ‘Misión cumplida’ en un portaaviones fue un error”, dijo.
En su discurso entonces, en la cubierta del Abraham Lincoln, Bush declaró, solemne: “Las operaciones principales de combate en Irak han terminado. Estados Unidos y sus aliados se han impuesto en la batalla de Irak”.
“Abu Ghraib, obviamente, fue una gran decepción durante mi presidencia”, reconoció también Bush. El presidente sostuvo que las torturas cometidas en esa cárcel bagdadí fueron obra de un puñado de soldados y ningún militar de alto rango ha sido procesado por ellas.
Otro de los puntos oscuros de su mandato fue la ausencia de armas de destrucción masiva en Irak, la razón que él esgrimió para justificar la invasión de ese país.
“No sé si se quiere llamar a eso errores o no, pero fueron cosas que no marcharon de acuerdo con los planes”, manifestó Bush.
El gobernante no entonó el mea culpa, en cambio, sobre la respuesta al huracán Katrina, que arrasó Nueva Orleans en 2005.
Negó que la respuesta federal fuera lenta, pero aun así admitió: "¿Podrían haberse hecho mejor las cosas? Absolutamente sí, absolutamente sí".
A Bush le costó explicar qué hará tras la presidencia. “No me imagino con un gorro grande de paja y una camisa hawaiana sentado en una playa, especialmente porque ya no bebo”.