"Nosotros no podemos, no queremos, no llegaremos jamás a ser europeos. Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: esto es, andaluces, euro-africanos, euro-orientales, hombres universalistas, síntesis armónicas de hombres".
Blas Infante.
La crisis en seis días que ha revolucionado todos los pilares que sostenían al PP no debe escribirse en base solo al enfrentamiento entre Ayuso y Casado ni a las
facciones ideológicas que ambos puedan representar dentro del partido, no es tampoco el resumen de dos estrategias diferentes en la medición orgánica interna entre Egea y Rodríguez ni el error de cálculo intuyendo que los barones y el partido iban a estar más en la denuncia de un posible caso de corrupción que en solapar el mismo, es sobre todo la certeza de una debilidad política, la de Casado, su incapacidad manifiesta para transmitir un mensaje ganador al electorado y el hecho de que casi todo el partido no le ha visto nunca como el líder sólido que les pudiera hacer recuperar el gobierno de España -de hecho, ganó su congreso sabiendo colocarse entre las trifulcas de dos mujeres como Sáenz de Santamaría y Cospedal-; frente a él Ayuso, populista a lo Trump pero a la que gusta poner ojitos, con un incendio menor al de Casado pero fuego al fin y al cabo como es esa permisividad para que su hermano comisione por contratos en plena pandemia y con el desparpajo de salir a la escena pública sin ruborizarse por ello, pero con una innegable -casi innata- capacidad para captar el interés de un electorado que, bien lo saben todos, no castiga en especial las corruptelas y ejemplo hay centenares en todas las formaciones. Por ello, el PP casi entero se puso no al lado de Ayuso, en contra de la debilidad de Casado y, es posible, la presidente de la Comunidad quedará ahora acordonada en Madrid mientras en intimidad se mire con detalle lo suyo, lo de su hermano y ese afán protagonista en una formación que siempre ha gustado de ser liderada por perfiles más serenos. Rajoy es un ejemplo, Feijóo un digno heredero que dará el poder a los barones más moderados del país y, en este sentido, Moreno Bonilla, al que parece que la flor busca cual abeja al néctar, saldrá fortalecido de todo este
popular follón porque electoralmente está muy asentado en Andalucía, ha colocado su marca personal por encima de la de su partido y lo previsible es que con Feijóo alcance la notoriedad nacional que no tenía con Casado. Y, con él, Bendodo, que a saber si no termina siendo el próximo Egea como internamente ya apuntan algunos.
Es cierto que desde hace bastante tiempo el dimitido ex secretario general andaba a la gresca buscando apoyos por provincias para, en el caso andaluz, mantener un control sobre el partido y fortalecer el liderazgo de su jefe. Esto le llevó a enfrentamientos con Elías Bendodo, con quien mantenía una relación aparentemente afable pero un claro distanciamiento político y, de hecho, Egea supo cultivar odios por todas partes y es por esta razón que cuando le ha llegado el turno nadie se ha puesto de su lado, nadie. Convocó a principios de semana a sus más afines, alguno acudió a Madrid, otros buscaron una excusa creíble, hubo quien ni eso y quien, también, se bajó del AVE a mitad de camino -Córdoba- porque se daba cuenta que se metía muy contra mano...
En política los excesos personales, la acumulación de agravios, la chulería desfasada de quien se cree por encima de todo y todos termina pasando factura; le pasó a Iván Redondo, le ha pasado a Egea, le pasará a otros tantos que olvidan que la veteranía, en esto y en todo, es un grado y que el hecho de haber llegado pronto, vestir un traje caro y manejarse bien en redes sociales no es garante de nada más que de una estética frágil que se rompe al primer soplo de aire en contra. Y la
chupi pandi de Casado, a quien alguien acertadamente proclamó como el grupito pijo que se organizaba de copas en
Pachá, ha demostrado justo eso, mucha labia, poco puño y una mandíbula de cristal que les ha hecho caer sobre la lona tras el primer directo. Es difícil recordar un castañazo político de semejante envergadura en la historia reciente de la política española.
Dicho esto,
el PP cerrará su crisis bien, no le queda más remedio. Tras su congreso en abril elevará, en principio, la figura de un Feijóo que recuerda a Rajoy, que tiene la edad justa para este salto, con trayectoria y experiencia y ubicado ideológicamente más al centro, que es donde anidan la mayor parte de los votos y que son los que acercan a los gobiernos. Esto le dejará margen de crecimiento a Vox, para quienes Ayuso sería peor candidata porque les arrincona más. Veremos qué mujer eleva el gallego para sentarla a su derecha, pero es indudable que determinados barones, como sobre todo el andaluz Moreno Bonilla, adquirirán un peso mayor y, con él, un foco más luminoso en su trayectoria política, lo cual no es buena noticia para las formaciones que con él compiten para gobernar la comunidad. Todo ello, claro está, mientras que el PP sepa detener su sangría, que esa es otra, la de sus corruptelas y odios personales, la del hecho de ser el único partido condenado por corrupción a cuentas de la trama
Gürtel, la de su atracción instintiva a saltar hacia el abismo cada cierto tiempo como si esa oscuridad negra y densa del vacío les animara a dibujar piruetas sobre el aire.
Y en Andalucía, todo,
a las puertas del 28F, conmemoración que ha terminado por convertirse en un acto político para que quien gobierna se abrigue de andalucismo del bueno. Lo hacía antes el PSOE, lo hace ahora el PP con una gala en
El Maestranza mejorada, más musical y estilosa, todo al tiempo que las diferentes encuestas salen para, en mayor o menor grado, mostrar una realidad política que afianza al PP en el gobierno y a su presidente, eleva a Vox y, de momento, deja al PSOE bastante lejos de recuperar aquello que manejó durante casi cuatro décadas. Muchos se preguntan si esta Andalucía nuestra de pronto se ha convertido en una tierra de derechas cuando durante tantos años ha mantenido a gobiernos de izquierdas y entendidos apuntan que la nuestra, esta blanca y verde, siempre fue una tierra conservadora con aquello que tiene y a la que no gusta de amenazas que puedan alterar sus tradiciones, sus costumbres, su sencillo deambular. Quiere gobiernos que conserven, al margen de que sus tendencias ideológicas puedan ser distintas en ámbitos rurales o en grandes urbes, pero siempre con ese matiz conservador que une a la gente del sur. Con nuestros defectos, muchos e intensos como un cante
jondo, qué duda cabe, pero si en algo estamos de acuerdo es que nos encanta esta tierra nuestra que brota para terminar en seco, también en verde o flor desde Tarifa o Sanlúcar hasta Lepe, La Rinconada, Motril, Adra o Linares; Pozoblanco, Granada, Marbella o Rota. Sevilla y Cádiz. Y Málaga; 800 kilómetros de costa desde Ayamonte hasta Vera. Nuestra tierra está por encima de todas las cosas y esa seña de identidad, la tierra, nos hace andaluces del
picha, del
miarma, del
no ni ná, del
quillo, del
arfavó... Del
bastinazo.