Escribió Léon Bloy que para saber la opinión que tiene Dios del dinero, solo hace falta fijarse en las personas a las que se lo da. Es una apreciación interesante y que conviene tener en cuenta desde el primero de los seis episodios de
The White Lotus, que es el nombre del resort de lujo hawaiano en el que se desarrolla la historia y en el que se alojan durante una semana los ricos y habitualmente despreciables protagonistas de la trama: una pareja de recién casados, una solterona que acaba de perder a su madre y una acomodada familia de la gran ciudad. Como punto de partida no parece inventar nada nuevo: contar las vidas de un grupo de turistas ya lo hacían
Hotel y
Vacaciones en el mar. Lo que la diferencia de éstas es que la amabilidad ha sido sustituida por altas dosis de mala leche, y que prevalece una pretendida originalidad, reivindicada desde los títulos de crédito al son de la excelente banda sonora del chileno Cristobal Tapia de Veer.
A partir de un guion de Mike White (
Escuela de rock) que él mismo se encarga de poner en escena, la historia arranca con un tramposo misterio que no se resolverá hasta el capítulo final, aunque como aliciente secundario a una trama concebida para diseccionar la caprichosa, soberbia, artificial, ventajista y prepotente existencia que emana de quienes tienen por castigo una cuenta cargada de millones de dólares: dos de ellos viven de las rentas y una tercera ha sabido sacar provecho de su vinculación al movimiento #MeToo para posicionarse como referente público. Del otro lado, el personal del hotel, con su director al frente, encomendados al ejercicio permanente de colmar los placeres y peticiones de sus huéspedes hasta la sumisión extrema.
Aunque de desarrollo irregular -los capítulos 4 y 5 se convierten en algo reiterativos-,
The white lotus funciona desde las incómodas situaciones que plantea, salpicadas de un humor ácido que complica la digestión de las vidas de un grupo de personas incapaces de disfrutar del propio paraíso en el que están descansando. Y funciona asimismo con las interpretaciones de un excelente plantel en el que sobresalen el desconocido y entregado Murray Bartlet, la frágil Alexandra Daddario y la derrotada Brittany O'Grady, que, curiosamente, encarnan a los personajes que asumen el alto e impagable coste emocional de tener que ceder en todo momento ante el poder del dinero y su influencia.