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El jardín de Bomarzo

Gestionar la alarma

La administración pública, la vida política en general, se revuelve dentro de sí para adaptarse en tiempo récord a esta nueva realidad caótica

Publicado: 23/03/2020 ·
13:30
· Actualizado: 24/03/2020 · 09:25
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Bomarzo

Bomarzo y sus míticos monstruos de la famosa ruta italiana de Viterbo en versión andaluza

El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"Nada en la vida debe ser temido, solamente debe ser comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para poder temer menos", Marie Curie.

 Decía Bonaparte que mejor desplegar "energía en los asuntos administrativos que en la guerra". La administración pública, la vida política en general, se revuelve dentro de sí para adaptarse en tiempo récord a esta nueva realidad caótica. Es comprensible que nadie estuviera preparado para una pandemia/crisis de estas proporciones y, en consecuencia, a todos haya cogido a contrapié, distinto será llegado el momento analizar con calma cómo se gestionaron los primeros momentos y hasta qué punto se priorizaron otros intereses. Para eso habrá tiempo porque la factura a pagar por la gestión pública será elevada, más cuando las consecuencias económicas se instalen para quedarse en los bolsillos de los hoy confinados. Porque la solidaridad y la comprensión tiene recorrido hasta que llega el hambre, ahí termina. Y no valen las medias tintas, hay que llamar a cada cosa por su nombre, actuar con responsabilidad y claridad porque de lo contrario saldremos más tarde y peor. Muy alertas ante la mentira, el oportunista y el populismo, más que nunca, todos ellos factores intrínsecos a esa vida política que cuando llegue la hora de sacar rendimiento y menoscabar al adversario tirará de manual -de hecho, ya lo hace-; a los mensajes cual el que anuncia que desde el aire lanzará provisiones para su ejército cautivo en la selva a sabiendas de la inviabilidad de, ni tan siquiera, despegar.

Desde los inicios de la historia del ser humano, la guerra, las batallas entre los pueblos han sido una constante. Entre los objetos que se conservan en museos siempre encontramos artículos relativos a la comida, adornos para mujeres -y hombres-; armas. De cualquier época, de cualquier cultura, las armas eran necesarias para la defensa y el ataque. En nuestro mundo occidental las guerras acabaron con la Segunda Guerra Mundial -salvo puntuales como la de Kosovo-, lo que nos ha hecho vivir durante 75 años en paz sin miedo a situaciones bélicas y sin imaginar la movilización que supone y los cambios en la vida rutinaria que implican. No obstante, todos los estados mundiales cuentan con un Ministerio de Defensa, con ejército y armamento y un protocolo claro en caso de conflicto bélico. Pero nadie, en ningún país, estaba preparado para una pandemia. Ni por supuesto cada uno de nosotros imaginábamos que de un plumazo nuestras vidas cambiarían como lo están haciendo y, lo que es más sorprendente, en pocos días. Criticar decisiones o actuaciones del gobierno de la nación, del autonómico o de los municipales en esta situación resulta muy fácil para quien no tiene que decidir nada y, sobre todo, para quien ni imagina la complejidad de cada decisión, todos los extremos que hay que valorar, las consecuencias o los efectos colaterales ante una situación nueva para todos. Se critica, por ejemplo, que la decisión del estado de alarma llegó tarde, pero si se hubiera tomado días antes habría críticos porque el impacto negativo en la economía se podría haber minimizado tomando la decisión más tarde. Criticar es el hobby nacional y, además, es gratis; criticar y gratis son dos palabras muy españolas. Pero habría que ver a cada uno ante las decisiones que esta situación requiere. Si a nivel político no resulta aconsejable verse en el pellejo, corazón y mente de quienes están decidiendo ante la pandemia, tampoco resulta imaginable visualizar lo que está ocurriendo en todas las administraciones públicas para adaptarse a la nueva e insospechada situación. Un estado de alarma con medidas de confinamiento, con obligación de prestar servicios a la ciudadanía y no dejar de trabajar, porque lo público nunca cierra y ello exige un sobre esfuerzo organizativo ante circunstancias que cambian cada día. 


Lo político es ese mundo presidido por el objetivo de mantenerse en el poder, para quien lo tiene, y derribarlo y captar votos, para quien lo persigue. Es el mundo donde la manipulación, las medias verdades o la falsedad se usan como herramienta para la crítica al adversario o para auto bombo, tan complejo es medir la crítica para un partido en la oposición como controlar la sobre exposición y las ventajas que ésta ofrece para el que gobierna. Con el uso de las redes, además, se crean estados de opinión en minutos, aunque sean basados en algo incierto. 

En esta semana pasada los gobernantes de cualquier administración se centraron en adoptar medidas de organización de sus servicios y la oposición callaba o aseguraba su lealtad institucional ante la situación, pero a mitad de la misma apareció la preocupación por el impacto económico y presenciamos cómo algunos alcaldes y partidos políticos emprendían una carrera hacia quién ofrecía más medidas a la ciudadanía, muchas de ellas sin competencia para adoptarlas, otras directamente ilegales e irresponsables por las consecuencias negativas que tras la crisis sanitaria tendrán para la propia administración, los servicios que han de prestar y los ciudadanos que las sufragan. Hay gobernantes y políticos que saben perfectamente qué medidas aplauden los ciudadanos y tienen claro que en comunicación quedan muy bien ofrecerlas, porque más tarde, en su momento, cuando la Ley o las circunstancias no les permitan aplicarlas, ya buscarán una excusa para explicar por qué las ofrecieron y ahora no las pueden aplicar y se confía, siempre, en la memoria pez del ciudadano. Pero no, la gente no son de la especie animal vertebrada acuática y cada vez más esta forma de hacer política se rechaza y tiene un coste electoral posterior. Hay que valorar la claridad, despojada de lo políticamente correcto, la realidad tan cruda como sea y que sepamos a qué atenernos. Y ante esta situación, en la que se están produciendo a un ritmo frenético miles de dramas familiares, y temor, mucho temor, no puede ser aceptable que hayan gobernantes o políticos de la oposición jugando con la debilidad en la que vive la sociedad. 

Lo público es ese gran aparato administrativo que hay detrás de cada gobierno, de cada una de sus decisiones, de la prestación de todos los servicios. Un aparato por días más burocratizado como consecuencia de las leyes y del miedo de los técnicos a la judicialización de sus actos e informes, hasta el punto de que actualmente por mucho que un gobierno considere necesario hacer algo para la ciudadanía, si los técnicos no emiten informes que lo avalen con todas las letras, el gobierno que sea se dará de bruces. Quien conoce bien el funcionamiento actual de todas las administraciones públicas sabe que desde los últimos años y los procesos judiciales habidos, los gobernantes, sin excepción, dependen de los técnicos. Por ello, en este estado de alarma, donde las leyes reguladoras de las administraciones públicas casi no se han modificado, las decisiones que los gobiernos -central, autonómicos y locales- están teniendo que adoptar no tienen la rapidez que a los políticos y a los ciudadanos les gustaría porque todas han de contar con el visto bueno técnico y jurídico y ya ningún empleado público asesora a la ligera. Más aún cuando durante esta semana los distintos ministerios y consejerías no paran de aprobar normas, instrucciones y recomendaciones a las distintas administraciones, incluso contradictorias, difusas y cambiantes cada día.   

A esto hay que añadir que adaptar una organización administrativa a las necesidades de la población ante la pandemia implica reorganizar servicios y personal, un personal que también vive con el mismo temor que el resto de españoles y que quiere quedarse en casa. Lógico y humano, pero trabajar en una administración pública con trabajo y sueldo fijo, exento al riesgo de los ERTES que están sufriendo miles de personas, también tiene las obligaciones que supone trabajar en servicios públicos. En estas circunstancias, se suman algunos sindicatos y pseudo-sindicalistas -no todos- que aprovechan lo que sea para sumar adeptos y qué fácil es ante el temor de los funcionarios al contagio empujarles a la revuelta, es el sindicalismo populista que al igual que el político también existe en lo público. Entre todos estos mimbres están sumidas las distintas administraciones públicas, en especial los ayuntamientos, que son los que prestan los servicios más básicos y cercanos. Una administración que en la última década se ha hecho tan pesada en sus procedimientos que, ante las exigencias de inmediatez, evitar el caos supone un esfuerzo titánico. No cabe duda que todo lo que está ocurriendo debe servir para aprender y prepararnos para futuras pandemias.

 El gobierno de la nación se enfrentó a la decisión más difícil de toda la democracia: decretar el estado de alarma. La confrontación con sus socios de gobierno podemistas fue dura por la cuota de poder que reclamaban en la toma de decisiones de la crisis sanitaria y de los gobiernos catalán y vasco, que exigían no perder competencias. Hay que reconocer que Sánchez supo dar un golpe en la mesa concentrando todo el poder en sí mismo y en ministros del PSOE y quitándolo a las comunidades autónomas -aunque a algunos esto no les guste-. Esta concentración de la toma de decisiones en las personas de su confianza y en el Estado está evitando, por ejemplo, que cada comunidad autónoma se lanzara a coger aprovisionamientos tan necesarios como las mascarillas sin criterios de solidaridad interterritorial y en ello Cataluña hubiera tenido ventaja porque la mayoría de las industrias radican allí, de tal modo que podría haberse dado que Andalucía no tuviese mascarillas. Concentración de poder estatal que cada día está resultando más positivo respecto a la distribución equitativa y razonable de medios y homogeneización de criterios de orden público y organización de servicios en toda España. Algo que también habrá de analizar en un futuro porque, quizás, ahora sepamos que el régimen autonómico requiere de una futura revisión que evite las diferencias entre territorios, tal como Sánchez ha hecho para afrontar la pandemia. Esto no ha podido ser gratis para contentar a Unidas P y a catalanes y vascos. No ha pasado desapercibido que el decreto ley de medidas urgentes para hacer frente al coronavirus prepara el terreno, por la puerta de atrás, para que en un futuro Pablo Iglesias pueda presidir la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos de Inteligencia. Iglesias fue nombrado miembro de dicha Comisión el 25 de febrero y ahora en el Real Decreto del Estado de Alarma establece que un Vice Presidente del Gobierno será quien presida la citada Comisión. No se ha nombrado, pero todo apunta a que así sea. La presencia de Iglesias al frente de esta comisión le permitirá tener acceso a todos los secretos de Estado, algo que el líder de Unidas P ha pretendido desde un principio -además del control de los medios de comunicación públicos- y logrado ahora a cambio de mantenerse al margen en la primera línea de gestión de esta crisis vírica, concesión que exhala el fétido aroma de este acuerdo de gobierno y resalta el ansia de poder de un Pablo Iglesias que desde luego no representa, en absoluto, la confianza necesaria para tener acceso a toda la información. Quizás a esto se refería Sánchez cuando no hace mucho excusó el no acuerdo con UP porque "no dormiría bien". El insomnio se presenta largo, para todos, si Iglesias es la persona que debe confiscar, guardar, por el bien general, todos los secretos de nuestro Estado. De ese Estado que somos todos.

Por lo demás, confinado en este jardín de guerra donde las flores de la primavera recién estrenada brotan mustias porque ellas se alimentan de alegría y hoy el aire circula triste, a uno no le queda otra que escribir más, atento, en frecuencia, en extensión. Hacer bueno aquel En tiempos de guerra, cualquier hoyo es trinchera y parapetarse en éste mío-nuestro, entre arbustos, exponiendo ideas, alguna puede acaso que acertada. Ser crítico porque es imposible detener al mar, también comprensivo porque nadie esperaba que el mundo se volviera del revés y la especie humana entrase, de pronto, en un frenesí autodestructivo para medir su capacidad como especie para sobrevivir. Decía Murakami que "cuando salgas de la tormenta, ya no serás la misma persona que había entrado en ella. En eso consiste la tormenta"; es probable que este temporal se lleve consigo muchas cosas. Y a muchos por delante, en todos los sentidos. Hay que estar listos para aprender lecciones, para aceptar quizás que otra generación pase a pilotar este barco tras el largo temporal que se avecina, pero pese a ello no debemos temer nada, solo comprenderlo porque ahora es el momento de comprender más. Así en el futuro temeremos menos.

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