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Martes 16/04/2024  

El jardín de Bomarzo

Una hebra de calor

Le di las gracias a Almudena Grandes por haber escrito todos y cada uno de sus libros una mañana en la cofradía de pescadores adonde solía acudir en verano

Publicado: 03/12/2021 ·
12:05
· Actualizado: 03/12/2021 · 12:05
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  • El jardín de Bomarzo.
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Bomarzo

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"Estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre". Luis G Montero.

Le di las gracias a Almudena Grandes por haber escrito todos y cada uno de sus libros una mañana en la cofradía de pescadores adonde solía acudir en verano a comprar el pescado del día y ella, con esa mirada limpia y alejada de sombras, me contestó con media sonrisa un "gracias a ti por haberlos leído". No más, entre otras razones porque detesto pelotear al famoso y más la foto de sonrisa feliz junto él y de medida y fugaz cortesía suya. Pero la admiré siempre. Seguimos ambos comprando a nuestra pescadera común que hizo conocida unos años antes cuando fue premiada por el Día de Andalucía y en su discurso habló de su relación con esta tierra y de cómo una mañana en nuestra cooperativa común la dependienta la miró, la hizo una muesca y dijo: "Hoy no te lleves los boquerones, chocho", lo que vino a ser como su bautismo roteño y gaditano definitivo. Tras aquella mañana pescadera nos cruzamos muchas veces, muchas, sobre todo en el tramo por la orilla del Hotel Playa de la Luz hasta Punta Candor, me miraba y si estaba leyendo desviada la vista hacia el libro que yo tuviera entre manos, sobre todo si era en formato digital. No le gustaba eso, lo suyo era el papel y se le notaba. De algún modo todos los veranos esperaba mi encuentro fugaz con Almudena y solía darse varias veces, bien en paseos, en algún restaurante tipo El embarcadero o Las dunas. Me gustaba verla porque era como un indicativo del momento verano absoluto y de sus placeres, pantalón corto, chanclas, bañador o traje suelto en su caso, placidez y relax atemperados por la buena temperatura de la costa gaditana en un tiempo estival donde el minutero del reloj avanza a un ritmo cambiado. En verano, de algún modo, vuelves a ser el niño que llevas dentro.

Vivo casualmente en la calle Almudena Grandes, que colinda con la de Luis García Montero, paralelas a las calles Miguel Ríos y Joaquín Sabina. Esas son las cuatro aceras que rodean mis plácidos veranos en Rota. Un poco ahora calles llenas de melancolía, aunque de momento prefiero no mudarme de barrio.

"Ser una mujer es tener piel de mujer, dos cromosomas X y la capacidad de concebir y alimentar a las crías que engendra el macho de la especie. Y nada más, porque todo lo demás es cultura".

Aprendemos, a medida que nos hacemos mayores, a naturalizar la muerte, quizás sea porque con el paso del tiempo te relacionas -forzosamente- más con ella y terminas por aceptarla de mejor grado, casi por entenderla dentro de la tragedia que supone perder a un ser querido, cercano, a un amigo, incluso a quien no conoces pero era querido por alguien a quien tú quieres, a habituarte a convivir con ese vacío que deja que no se puede rellenar con nada. Simplemente queda un hueco y, a medida que la vida avanza, te vas rodeando de huecos vacíos, de nombres en tu agenda de teléfono de quienes ya no están y te niegas a borrarles porque si lo haces sientes que traicionas de algún modo a su memoria y alguna vez pulsas por error ese número y notas el vértigo, si habrá una respuesta, de él o ella imposible o de otra persona. Cortas rápido.

Para morirse solo hay que estar vivo y cuando la negra dama nos acosa y derriba a alguien cercano solemos comentar lo intrascendentes que son los problemas cercanos, lo vital que resulta disfrutar de las pequeñas cosas que son en realidad las grandes cosas y nos hacen felices: "El dinero, cuando no lo tienes, puede serlo todo, pero cuando lo tienes no es nada, nada", a la que se añade otra: "Las relaciones sexuales son como el dinero: cuando lo tienes te lo gastas, y cuando careces de él, solo piensas en eso".

Hay escritores que logran trasladar con sus textos la esencia vital de la emoción, no es fácil. Almudena era uno de ellos y por eso las redes sociales se han caído de comentarios tras su fallecimiento, de comentarios, de textos, de pésames, no se me ocurre una despedida mejor para un escritor en un tiempo en el que no tenemos tiempo para leer porque todo camina tan deprisa y la lectura es tan lenta... Hay pocos placeres comparables a ese que sientes cuando un párrafo o página te atrapa, te agarra por la solapa y tira de ti hacia las letras porque conectas con la alegría, asco, ira, miedo, sorpresa, deseo, amor o tristeza que el narrador te propone y no quieres que aquello acabe, la piel se eriza y la lágrima está alerta, ese punto en el que sabes que el escritor logró atravesar lo banal y encontró los verbos adecuados para conjugar tus emociones: "Lo único que quería era hacerme viejo a su lado, ver su rostro al despertar todas las mañanas, ver su rostro un instante antes de dormirme cada noche, y morir antes que ella".

Quizás solo sea una sensación provocada por el momento de nuestras vidas pero, de pronto, siento que se muere más gente de lo normal por cuestiones diferentes y a destiempo, gente a la que por edad y condición no le tocaba morirse aún. Porque si se te muere alguien cuando su ciclo de vida está al final lo aceptas comprensivamente, triste, pero lo aceptas, distinto esta vertiente actual de personas muertas que de pronto cuento y necesito dos o más manos y que la vida les ha recortado una veintena de años como poco. La muerte es parte de la vida y últimamente se la cobra cara.

Quedan sus libros y habrá que volverlos a leer, a uno le queda ese consuelo y más con el séptimo de sus episodios por publicarse el próximo año. Hoy me han acompañado en este melancólico jardín textos de mi admirada escritora, compañera de horas de lectura, de fugaces encuentros, de mercado en Rota y cuya muerte esta semana nos ha dejado El corazón helado, su -quizás- más hermosa obra: "La amaba tanto que en aquel momento, mientras sentía que me quedaba sin suelo debajo de los pies y el vacío se cobraba en el centro de mi estómago un precio mucho más alto que el placer de todos los vértigos, la certeza de que nunca volvería a sentir asco ni vergüenza al recordar la luminosa desproporción de su cuerpo desnudo, lograba mantener una hebra de calor en mi corazón entumecido de frío".

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