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«Un castigo divino»: el terremoto de 1755 en Arcos

Las interpretaciones de tal desgracia, en una época donde la religión copaba todos los aspectos de la vida y la naturaleza, tuvieron que ver con el catolicismo

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De todas las catástrofes naturales acaecidas en los últimos cuatro siglos en la provincia de Cádiz, la que sigue teniendo más vigencia en la memoria de los gaditanos es el terremoto de Lisboa de 1755. Además de otras muchas pérdidas, sabemos que dicho desastre natural trajo aparejado un tsunami que en la capital gaditana causó grandes estragos y que el envite del mar vino a parar muy cerca de la Iglesia de la Virgen de la Palma en el barrio de la Viña. Sin embargo, menos conocidos resultan los daños que produjo este temblor y sus interpretaciones en otros pueblos de la provincia como del que nos ocupamos en este artículo: Arcos de la Frontera.

Arcos, situado al comienzo de la Sierra de Cádiz, encaramado sobre dos Peñas o tajos sobre el río Guadalete, «entre la realidad y el sueño» como lo describiría Gerardo Diego, también sentiría en sus entrañas el temblor que tuvo como epicentro la costa de Lisboa. Para entonces, el siglo XVIII, los arcenses habitaban la parte más alta de la localidad, lo que se conoce como el casco antiguo actual, en torno a las dos iglesias que presiden el pueblo, consagradas a Santa María y a San Pedro, bajo la atenta vigía del castillo y, en la ladera Este, alrededor del templo de San Agustín. Gracias al escrito de José Núñez del Prado (1756), contemporáneo al cataclismo de 1755, podemos conocer qué consecuencias tuvo este sismo y, sobre todo, cómo se interpretó.
Transcurría una mañana serena «y casi despejada, pues solo se registraban en los Orizontes [sic] algunas ráfagas de parda Niebla» cuando «las Pilas de los Templos despidieron sus Aguas con gran violencia». Sobre las diez de la mañana del 1 de noviembre, día de Todos los Santos, tres réplicas, que a juicio de Núñez de Prado tuvieron una duración de un cuarto de hora, hacían estragos en la ciudad de la Peña: numerosas casas se debilitaban, dos de ellas se derrumbaban en la calle Cita, otras dos caían tajo abajo, hacia el río; la muralla norte del castillo se derrumbaba, se abrían grietas en las paredes de los salones del castillo que dan a la Peña; el lienzo del segundo cuerpo de la galante torre de la Iglesia de Santa María se desprendía arrastrando consigo la campana del reloj, arruinando la bóveda, irrumpiendo un auténtico desastre en la nave dedicada a San José, deshaciendo su retablo y sus lámparas de plata y cristal y cayendo el techo de la nave dedicada a Santa Teresa. En la iglesia de San Pedro, se agrietaba una raja que en la pared del coro; y en el templo dedicado a San Agustín se dañaba la capilla mayor. También las casas capitulares, al borde de la Peña, veían cómo se abría una raja en sus cimientos, atravesando la plaza y entrando en otros edificios colindantes.

Afortunadamente, según José Núñez de Prado, no hubo que lamentar víctimas mortales ya que las personas que se encontraban dentro de los templos salieron de ellos al ver desprenderse algunas piedras de sus techos, las únicas pérdidas fueron materiales como el caso del vecino Juan de Valderas, cayendo su casa peña abajo, hacia el río; y Andrés Aldana, al que «se le perdió, y maltrató bastante ropa, y omenaje [sic] de Casa, pereciendo entre los vestigios un Jumento [un asno]». No obstante, un estudio más reciente de José Manuel Martínez Solares (2001), publicado por la Dirección General del Instituto Geográfico Nacional, apunta que en Arcos se dieron dos partos prematuros que desembocaron en sendas muertes a consecuencia del terremoto y que 311 casas de la ciudad y 8 del campo quedaron maltratadas.

Las interpretaciones de tal desgracia, como es de esperar en una época donde la religión copaba todos los aspectos de la vida y la naturaleza, tuvieron que ver con el catolicismo. Así, se señalaba que este desastre natural había sido a consecuencia del «rigor de la Divina Justicia», «un amago de Dios» y «el Azote de su recta Justicia». Por ello, las autoridades municipales, y las del clero arcense a la cabeza, interpretaron esta catástrofe como un castigo divino. En los días siguientes se sucedieron distintas misas, penitencias, procesiones y sermones para dar gracias a la divina protectora de Arcos, la Virgen María. De este modo, el Cabildo de la Santa Iglesia de Sevilla promulgaba un decreto «declarando, para siempre, vigilia la víspera del Patrocinio de MARIA santísima, y mandando, que tres días de la semana, ayunasen sus vecinos, con abstinencia de carne, pena de pecado mortal, en los quales [sic] se hiciese procesión general de rogativa, para aplacar el rigor de la Divina Justicia». Siguiendo estos preceptos, los días 12, 14 y 15 de noviembre de 1755 se realizaban procesiones, y lo propio se hacía el 21 de noviembre para que «con el mayor zelo [sic] se apliquen a instruir a los Fieles, a propósito de que purifiquen sus conciencias, limpiándolas del negro borrón de la culpa, que es el medio de contener lo ayrado [sic] de la Divina Justicia», así se llamaba a la oración «como remedio eficaz, para salir de la culpa, conservarse en la gracias de Dios, y templar sus justos enojos». Del mismo modo se omitían en la celebración de la Octava de la Purísima, «atendiendo a lo severo, que se muestra Dios por nuestras culpas, y aflicción de ánimos», los júbilos, los armoniosos lucimientos de repiques, la cera de mano, las iluminaciones, rumbosos fuegos y las rifas.

El terremoto de 1755 en Arcos de la Frontera produjo importantes daños materiales y dos partos prematuros. Esto ayudó a que fuese interpretado por los arcenses, bajo los cánones de la moral cristiana imperante, como un escarmiento de Dios, ante el cual la Virgen María había protegido a Arcos de mayores desastres interponiéndose con su «Infinita Clemencia», al igual que había hecho la Virgen de la Palma, del barrio de la Viña, en el caso de Cádiz. 

FUENTE: ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE ARCOS DE LA FRONTERA. Caja 1320, Cartas del Consejo Memorial, Libreto de NÚÑEZ DE PRADO, José. Apuntación arreglada y por menor de lo que arruinó, y quebrantó en la ciudad de Arcos, el nunca experimentado tan grande temblor de tierra, como se padeció generalmente el día de todos los santos, primero de noviembre de 1755. Sevilla, Imprenta del Dr. D. Geronymo de Castilla, Impresor Mayor de dicha ciudad. Año de 1756.
MARTÍNEZ SOLARES, José Manuel. Los efectos en España del terremoto de Lisboa. (2001) Ministerio de Fomento, Dirección General del Instituto Geográfico Nacional.

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