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Voces nuevas

"Pueden, pues, tanto el lector como el crítico, hallar aquí una breve representación del hacer de cada una de ellas –tres, cuatro poemas- y enjuiciar de forma prudente su proyección futura"

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Siempre que llega a mis manos un nuevo libro de Ediciones Torremozas, la figura de su creadora, Luzmaría Jiménez Faro, se hace presente, viva en la memoria. Esta vez se  trata de un volumen de “Voces Nuevas”, que luce el numero XXVIII de esta serie, y el 290 de la colección. Uno de los principales objetivos de la misma, según se nos recuerda en una nota inicial, fue dar a conocer nuevas voces poéticas femeninas y estimular su vocación, cosa que se viene cumpliendo fielmente a lo largo de los años.


Ahora, el Comité Asesor de Ediciones Torremozas ha seleccionado una muestra de la obra de ocho poetisas inéditas que, ordenadas alfabéticamente, componen un conjunto vario y ameno, de grata lectura. Las aquí elegidas son dos sevillanas, dos madrileñas, dos pacenses, una castellonense y una barcelonesa. Sólo en cuatro de sus casos se nos dan a conocer sus fechas de nacimiento (1977, 1979, 1980 y 1986), lo que según se mire, puede ser irrelevante o no, dado que se trata de escritoras que comienzan su andadura lírica.


Pueden, pues, tanto el lector como el crítico, hallar aquí una breve representación del hacer de cada una de ellas –tres, cuatro poemas- y enjuiciar de forma prudente su proyección futura.
Pilar Alcalá parece inclinarse por un poema de mayor hechura, compacto en su discurrir y con un verso paralelo al resuelto impulso creador: “No espero quien venga esta tarde/ a posar en el pentagrama de mis manos/ una clave de Mí o una de Tú sostenido”. Soledad Benages escribe una poesía más atormentada, en ocasiones con rasgos de pesadilla, en la que pulsa la brevedad del plazo, y se oye “la música/ acompasada/ del devenir de los tiempos”.
Paula Castellón es rompedora e iconoclasta, su juego verbal es arriesgado y un tanto cáustico, acaso porque es capaz, v.g., de encontrar debajo de su cama “leones antropomorfos/ o las ciudades invisibles italocalvinas”. María Jesús Franco parece controlar más su borbollón verbal, pero acaba poblando sus poemas de  “palabras como uñas afiladas/ que se clavan en los días venideros” y en los ojos sorprendidos de quien va mirándose en unos versos atrevidos y distintos, con briznas de sugeridor erotismo: “el africano cruza a mis talones/ me incita en francés con su deseo (yo simulo ignorar la lengua de su cama)”.


Vera Glez se expresa a través de un versículo jugoso, que da fe de un mundo interior febril y al par sosegado, asumido: “Del agujero de las ausencias salen/ escorpiones que tiznan la tierra de negro”.
Inma Nordbrandt evoca a Lovecraft y a Bach con pluma grácil y dota a sus textos de enigmáticos ecos, de fantasmales escenarios por los que se derraman instantáneas de ayer y de hoy: “vierto mi corazón en fonemas/ para que vuelen hacia ti/ como una marea etérea/ que nubla mis ojos”…
Cristina Oñoro quiere que su verbo crezca muy cerca de aquel entusiasmo juvenil, “como cuando teníamos/ V e i n t e/ inviernos/ y aun bailábamos desnudos bajo la nieve”, y sirva, a su vez, para celebrar la vida y cuanto de sorpresa nos ofrece: “escribir un hijo como quien planta un árbol”. Como coda, Leticia Oyola confiesa a quien con ella va  “que estoy hecha de agua y no lo sabes”, y desde tan frágil estructura, su cántico nace, sin embargo, envuelto en el corazonado escudo de la firme realidad.

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