Como en el caso de otro de los grandes Manolos del cante, me refiero a Manolo “Caracol”, casi nadie conoce sus verdaderos apellidos, los apellidos con los que está inscrito en el Registro Civil. Manolo “Cantarranas”, así conocido porque así ha quedado ya en la historia del flamenco, es la banda sonora de nuestra Navidad, la dolorida plegaria de nuestra Semana Santa, la voz festera y emotiva de nuestras fiestas locales.
Vive en el Altozano, pero sube a diario a comprar, así que a la vuelta podemos verlo por San Pedro cargado de bolsas, cantando bajito y entrando en la iglesia, a rezarle algo a la Virgen de la Soledad. Algunas tardes anda también en la Plaza del Cabildo, oyendo su transistor y resolviendo algún crucigrama. Dice que le pesan las cuestas, pero sonríe satisfecho cuando dice los años que tiene y las ganas que tiene de vivir.
Precisamente con el Altozano, con esa calle tan semanasantera, empezamos la conversación:
¿Cuántos años cantándole al Nazareno desde su ventana en la calle Altozano?
—Al Nazareno le canto desde toda la vida. Me fui a vivir al Altozano en mil novecientos sesenta y tantos y desde entonces no he faltado ni un Viernes Santo. No sólo le canto al Nazareno, claro. Le canto a todos, aunque ahora salgo menos.
¿Qué es la saeta?
—La saeta es una oración cantada. Yo rezo a diario. Entro en San Pedro y le rezo a la Virgen. Pero en Semana Santa, con los pasos en la calle, la oración se convierte en saeta. Y uno le pide al Nazareno lo que le pide siempre, pero cantando.
¿Por eso es tan emocionante la saeta?
—Claro, porque es la petición cantada de un hombre o una mujer, que en medio de la gente levanta la voz y se dirige a un Cristo, o a una Virgen. Y eso pone los pelos de punta.
¿Dónde aprendió usted esa saeta que ya se ha hecho suya por derecho propio, que ya es la saeta de “Cantarrana”, como tenemos también la de “Zapata”, por ejemplo?
—Cuando yo era niño me iba a la taberna de Camacho, junto a la Fonda. Allí aprendí las saetas que cantaban el Abajao, o Antonio Soto. Mi saeta, la que tiene, digamos, mi sello, es la carcelera, que aquí se conoce por martinete. Ahora la están cantando también algunos cantaores de Arcos. Con esta saeta he ganado algunos premios, concretamente aquí en Arcos, en Jerez o en Villamartín.
¿Cómo son sus inicios en el cante?
—Dios me ha dado la gracia de saber cantar, así que desde chiquillo, en cuanto la gente se dio cuenta, me llevaban a los bares para cantar, a cambio de algunas monedas. Entonces se cantaba en todos los bares, y los hombres que venían del campo, o que vivían en el pueblo, se arremolinaban en las tabernas para escuchar el cante.
¿Y sus primeras actuaciones, digamos, en serio?
—Con dieciséis años participé en un concurso de cante que organizaba Radio Cádiz. La final se celebró en el Gran Teatro Falla y me dieron el primer premio. Recuerdo que canté aquel día tres fandangos. El premio fue de mil pesetas y un regalo, que consistió en un cintillo, un cinturón. Debió ser en mil novecientos cincuenta y ocho. De este certamen tengo una anécdota muy curiosa: yo tenía que ir a Cádiz todas las semanas a cantar. Iba en tren. Un día, volviendo de Cádiz en el tren, se me acercaron dos Guardias Civiles y me pidieron el carnet. Yo era un zagal y me asusté mucho, porque no sabía que iban a hacer conmigo. Lo que hicieron fue llevarme a un vagón de primera y sentarme con una monja. Estuve cantándole todo el rato, hasta que llegamos a Jerez. Llegué a hacerme amigo de aquellos Guardias Civiles, que cada vez que me veían me saludaban y me invitaban.
Los Panderetos. ¿Cómo nacieron?
—Los Panderetos nacimos en la taberna del Duque, en la calle Botica. Nacimos apadrinados por el pintor don Miguel Castro. Decidimos hacer un conjunto flamenco y como siempre, lo primero, el nombre. ¿Qué nombre le ponemos? ¿Cómo nos vamos a llamar? Como nosotros habíamos cantado muchos villancicos, en muchas zambombas, y usando la pandereta, decidimos llamarnos Los Panderetos. Con ese nombre hemos pasado a la historia del flamenco.
Efectivamente han pasado a la historia del flamenco. Son un grupo mítico que brilló en los primeros años setenta y que incluso actuaron en Televisión Española. ¿No es así?
—Claro que sí. Íbamos con mucho miedo. Entonces la televisión imponía muchísimo. La televisión era entonces en blanco y negro, pero imponía muchísimo. Ahora, una vez allí nos serenamos y cantamos muy bien.
Y vinieron los éxitos.
—Sí. Los poetas Antonio Murciano y Julio Mariscal nos escribían letras y sacamos el primer disco, con temas navideños, que son los que se escuchan ahora en nuestra Navidad.
¿Le gusta oírse, año tras año, en las fiestas de Navidad?
—Hombre, es un orgullo. Saber que tus paisanos te oyen y te conocen es siempre muy emocionante.
Hasta cuándo duraron Los Panderetos?
—Nosotros tuvimos una época muy buena. Actuábamos en los mejores festivales flamencos de la provincia. Cantamos en las Ferias de Sevilla y Córdoba. Actuamos en Jerez, en Cádiz, en Ciudad Real. Actuábamos, además, con grandes grupos, como los Romeros de la Puebla o Amigos de Gines. Trabajamos mucho con Pulpón, que era un conocido representante de artistas. Lo que ocurre es que las ocupaciones de cada uno tuvieron su sentido. Resulta que los dos guitarristas del grupo eran empleados de banca, que no tenían disponibilidad para ir de un lado a otro. Pero en fin, tuvimos nuestro momento y lo aprovechamos.
Hablando de aprovechar. ¿Cree usted que ha aprovechado su arte o ha dejado pasar muchos trenes?
—La vida es lo que es. Yo pude haberme ido a Madrid, a trabajar en una sala de fiestas. El Delegado de Turismo francés en España me buscó el trabajo, pero a mí me entró miedo y no me fui.
¿Y se arrepiente?
—Sí y no. Por un lado sí, porque quizás podía haber triunfado en el cante. Por otro lado no, porque si Dios quiso que me quedara él sabrá por qué.
¿Es usted un hombre religioso?
—Sí que lo soy. Confío en el Nazareno y en la Virgen de las Nieves. Y en la Virgen de la Paz, a la que he acompañado muchos años vestido de penitente.
Tengo que explicar que la entrevista la hacemos en la Delegación de Cultura, en el corazón del barrio de San Pedro. Nos despedimos y Manolo “Cantarrana” entra en San Pedro, en el camerino en penumbras de la Virgen de la Soledad, a rezarle algo. O a cantarle bajito una saeta.