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El Loco de la salina

¡¡¡Aleluya, ya, ya!!!

Siempre hemos dicho que alguien tenía que darse cuenta de la barbaridad que supone no tener papeleras presentables en una ciudad tan grande como La Isla.

Publicado: 17/11/2019 ·
22:18
· Actualizado: 24/11/2019 · 22:17
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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¡Por fin! Ahora tendrían los cañaíllas que tirarse a la calle a celebrarlo de manera exultante. Las mismas baldosas de la calle Real tendrían que ponerse a bailar de puro contento, y las vías del tranvía tendrían que organizar alguna fiesta al verse liberadas de las molestas suciedades que se meten entre sus impacientes hierros. Salten de gozo los coros de los ángeles y exploten de alegría las altas jerarquías del cielo, porque por fin se han puesto unas cuantas papeleras en la calle Real. En el manicomio hemos montado un buen tinglado para festejar la cosa y el director nos ha puesto polvorones de postre para que nos entrenemos tirando los envoltorios en la cesta del patio. Ya era hora.

Han sido muchos los años que hemos tenido que esperar para que por fin se haya visto cumplida nuestra esperanza; años que solamente van a verse superados por los que nos quedan para ver el tranvía de verdad, no el de las infinitas pruebas que hacen los nuevos chulos verdes y ruidosos. Siempre hemos dicho que alguien tenía que darse cuenta de la barbaridad que supone no tener papeleras presentables en una ciudad tan grande como La Isla. Los locos hemos tenido muchas veces que retener en la mano el papelito sobrante, las cáscaras de las castañas o la botellita de agua vacía por no tener una triste papelera que llevarnos a la vista. De modo que enhorabuena.

Pero hay que lanzar otro aleluya radiante, porque se ve que esas papeleras parecen estar fabricadas en la Carraca. Son como carne de cañón, por lo que esperamos que sean también duraderas y soporten el acoso y derribo de los vándalos que van por La Isla buscando cómo y dónde hacer daño. A ver si ahora, animados por el logro y confortados por las felicitaciones de este loco, alguien cae en la cuenta de que La Isla no solamente tiene la calle Real, sino otras muchas calles que esperan pacientemente tener las mismas oportunidades que la .calle central, porque un día van a reventar de celos. Hemos pasado tanto tiempo sin papeleras, que ahora convendría organizar algunos cursos cívicos sobre su correcto empleo. Siempre se ha dicho que una papelera es un objeto alrededor del cual se tiran los papeles. Esa definición debe darse ya por anticuada y caduca.

El ciudadano (toca madera Rivera) debe darse cuenta de que esas robustas papeleras tienen una gran boca en el centro, sitio por el cual debe introducirse la basura con cuidadito para que caiga dentro y no fuera. Esperemos que los papelitos de la tasa de la basura que nos quieren meter a toda costa también puedan entrar por dicho boquete después de limpiarnos con ellos lo que usted imaginarse puede porque a mí me da asco decirlo. Hay países donde junto a la papelera se colocan paquetitos de bolsas de basura por si se gastan las que llevan. Vamos a olvidarnos de esto, porque aquí esas bolsas iban a durar menos que el pacto de Pedro y Pablo, en cuyo programa solo consta que el 29 de junio, día de su santo, van a comer juntos aunque se tengan que tirar los platos a la cabeza. Nos conformamos con que nuestras nuevas papeleras aguanten hasta que llegue el anunciado tsunami. Por lo demás, se habrá dado cuenta de que los locos somos como niños. Nos conformamos con cualquier cosa. Estamos con las papeleras como con zapatitos nuevos y hasta parece que nos las han regalado y que no hemos sido nosotros los que las hemos pagado con nuestros numerosos y abusivos impuestos. 

 

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