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La Gatera

Fachas

Será que una ya se va haciendo mayor y la memoria en vez de diluirse, se vuelve selectiva, y recuerda aquellas cosas que realmente son importantes...

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Será que una ya se va haciendo mayor y la memoria en vez de diluirse, se vuelve selectiva, y recuerda aquellas cosas que realmente son importantes. Verán ustedes, yo no voté la Constitución del 78. No la voté porque tenía 13 años. Soy de esa parte boba de mi generación que no corríamos delante de los grises y que a las manifestaciones (vulgo manifas) que fuimos no tenían mayor relevancia. No he pasado ni una noche en la Gavidia, ni me pillaron ni una octavilla prohibida. Todo esto me cogió demasiado joven, pero recuerdo perfectamente a quiénes sí lo hicieron. Recuerdo las conversaciones de mi hermana Mari Carmen sobre Antonio Machado en voz baja,  y los cortes en la tele para aquellos “avances informativos” cuando mi padre decía, “callarse, a ver si se ha muerto Franco”. Porque, Franco se iba a morir. De viejo, en una cama con los mejores cuidados, pero se iba a morir. Y se murió. Y no fuimos al colegio durante tres días, que fue lo que más celebramos mis amigos y yo.

Del resto, de esa dictadura de alquitrán y velo en misa, nos enteramos después. Nos enteramos cuando leímos el “Andalucía ¿Tercer mundo?” que escribió Antonio Burgos cuando Franco no estaba ni resfriado y los calabozos de la Gavidia tenían las puertas de par en par esperando al que decía lo que pensaba y se atrevía a ponerlo negro sobre blanco. Y nos enteramos cuando tarareábamos el “La, la, lá” de Massiel y nos contaban en voz baja que aquella canción no la quiso cantar Serrat en aquel Eurovisión del 68 porque no le dejaron cantar una parte en catalán.

Por eso ahora que tan fácilmente llamamos facha a quienes defienden lo que piensan sin complejos. A esos que lucharon para que los que los insultan puedan hacerlo sin que nadie les tape la boca, les digo que no. Que así no se hacen las cosas. La juventud siempre ha sido osada e impulsiva, y eso se les perdona. Lo que no les perdono es que sean prepotentes e ignorantes.

Caracol “el del bulto” padre del gran Manolo Caracol, le espetó a una locomotora que acababa de traer a Joselito el Gallo y a su cuadrilla a Madrid: “¡Los cojones en Despeñaperros!”, cuando la máquina le soltó un chorro de vapor. Pues eso, chavales con la nariz pegada al Twitter desde donde creéis que estáis arreglando el mundo. ¿Serrat facha? ¡Los cojones con Franco!

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