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Subsistir a la Feria al modo faraónico

El ‘crowdfunding’ que parió Lola Flores se erige ya en alternativa a tantos días de fiesta

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  • Un grupo de jóvenes sobre el albero. -

Una pesetita, si cada jerezano -o cada español- pusiera una pesetita igual podía llegar al final de Feria sin que mi cuenta pareciera haberse dado un homenaje de algodón de azúcar allí donde los trenes sobrevuelan el vértigo de las montañas rusas y los ratones vacilones. A Lola Flores le han otorgado post mortem la patente de eso que ahora se llama crowdfunding, eso mismo que en vida de La Faraona no hubiera pasado de ser una mera cuestación popular. Es lo que tienen los idiomas,  que se dice una cosa y parece otra, por eso cuando se habla de crowdfunding nadie se siente víctima de un sablazo, sino noble salvador de causas perdidas. Y lo mío está ya perdido, de ahí que necesite “una pesetita por cada español” para aguantar el tirón.

Empiezan a formar parte del pasado -cual recuerdo teñido de nostalgia- aquellos reclamos publicitarios de algunas casetas que años atrás pretendieron captar la atención con leyendas del tipo “precios anticrisis”. Se ve que hasta el penúltimo casetero ha hecho suya la idea de que apareció la luz al final del túnel, que es algo tan complejo como encontrar restos de vino fino -de Jerez- en el fondo de una jarra de rebujito. Nadie debería extrañarse si de aquí a unas semanas, cuando se conozca eso que llaman el IPC adelantado, el portavoz ministerial de turno atribuya un súbito repunte del porcentaje a “la reciente celebración de la Feria de Jerez, la mejor del mundo”. Permanezcan atentos a sus pantallas.

La senda de la recuperación económica extiende ya su influencia a la zona de los cacharritos, la popular calle del infierno..., de las carteras. Ayer me dio la ligera impresión de que el día de los cacharritos ya no es lo que era, que los descuentos son algo más tibios. En resumen, que el escobazo que te mete la bruja del tren en la cartera es prácticamente el mismo que te hubiera arreado cualquier otro día de la Feria. Que por cierto, la figura de la bruja ya no existe, como tampoco el túnel de la risa, ese por el que se daban tumbos a la espera de ver la luz.


En estos cacharritos de junglas de las que manan chorros de agua y ratones que te comen a la que menos te descuidas se echan en falta aquellos viejos espejos que deformaban hasta el extremo la apariencia externa de la gente. Igual es que ya no es posible alterar más la realidad de cómo lo hemos hecho nosotros mismos sin necesidad de espejitos mágicos...

Se altera la realidad e incluso la historia, porque no se tiene constancia de que los jerezanos respondieran en masa al desesperado llamamiento de Lola Flores cuando Hacienda la puso contra la espada y la pared (“una pesetita, una pesetita por cada español”). Ese Jerez que tanto quiere a los suyos cuando ya no están de cuerpo vivo y presente, pero que a veces muestra frialdad, distancia y recelo de los que sí están. Ese mismo que muere con Lola desde que murió la mujer y nació el mito. Los espejos ya no vienen a la Feria porque igual ya no encuentran nada a mano para deformar.

Infiernos al margen, el martes puede ser uno de los días más bonitos de la Feria, porque se puede disfrutar de ella con el ambiente justo y sin los excesos de otras jornadas más multitudinarias. La Feria necesita de calor humano, pero también requiere de una cierta calma, de espacio, de perspectiva para contemplar las cosas, las buenas -que son muchas- y las otras -que también las hay, aunque algunos quieran hacer la vista gorda-. Las multitudes traen números negros a los caseteros y feriantes, pero suelen emborronarlo todo, no dejan ver más allá del mogollón. Y ayer martes no hubo mogollón, sino ambiente de Feria, del bueno.

Y es que, “digan lo que digan”, “más dicha que dolor hay en el mundo”, y “mucho más azul que nubes negras”. En la Feria, también, “es mucha más la luz que la oscuridad”. El jerezano ama a sus cosas, ama a su Feria “con la fuerza de los mares”, “con el ímpetu del viento”, “en la distancia y en el tiempo”, con su “alma” y con su “carne”. Por eso, cuando no está aquí, cuando está lejos, procura olvidar, “haciendo en el día mil cosas distintas”, “pisando y contando las hojas caídas”, procura cansarse y llegar a la noche “apenas sin vida”. Jerez salda post mortem su deuda con Lola Flores al tiempo que mantiene abierta su cuenta pendiente con Manuel Alejandro, su poeta más universal, del que no se acuerda nadie porque tiene 84 años y sigue vivo. 

En la distancia no se aprecian algunas cosas y todo tiende a idealizarse. Alguien puede llegar a pensar que en las doscientas casetas del Real se viven fiestas flamencas en sesión continua. Pero no es así. El monte no está sembrado únicamente de orégano, porque junto a ese orégano del cante bueno crecen también los jaramagos del ruído y el jaleo sin ton ni son, ya sea en directo o grabado. En el Real se libra la batalla de los decibelios, a beneficio de los suministradores de aparatos para recuperar la capacidad auditiva y para desgracia de todos los demás. 

Pasados varios días de Feria, el González Hontoria se asemeja al pueblo de Pensilvania que popularizó el día de la marmota. Del camión de riego al encendido del alumbrado, diariamente se van cumpliendo todos los rituales con precisión suiza. Casi con la misma precisión con la que se vacían las carteras en la confianza de que funcione el crowdfunding que parió la genialidad de Lola Flores (“una pesetita, una pesetita por cada español”). Ay Lola, qué te que queremos..., ahora.  

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