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El Loco de la salina

Saeteros de La Isla

El saetero, sin olvidar a los cargadores, según mi opinión, representa lo más meritorio de la semana santa cañaílla.

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El Director del manicomio me ha dejado estos días salir de esta loca casa con la condición de que a mi regreso le haga un resumen de lo que más me ha llamado la atención de la semana santa de La Isla. Quiere publicar un libro con las impresiones de los que tenemos los tornillos poco ajustados. Él, por hacernos estos encargos, tampoco debe estar demasiado centrado, sabiendo además que no soy un amante de esta semana. Pero me lo he tenido que tomar con interés, y, después de meterme en todas las bullas por las calles de La Isla, le he contado lo siguiente:

Mire usted, señor Director, lo que más me ha llamado la atención son los saeteros. Y se lo voy a explicar. El saetero, sin olvidar a los cargadores, según mi opinión, representa lo más meritorio de la semana santa cañaílla. En primer lugar, porque deja su garganta en la calle sin más pretensiones que echar fuera todos los sentimientos que lleva dentro. Además, el saetero tiene que sufrir la humillación de tener que ir detrás del paso como un pordiosero pidiendo la limosna de un posible permiso para ver si va a parar o no, aquí o allí.

En segundo lugar, no cobra por su cante, cuando la mayor parte de los que participan en poner un paso en la calle, sí cobran; desde la banda de música hasta los que preparan los dorados, los bordadores, los constructores de pasos, los vendedores de incienso, los bares… Sin embargo el que canta la saeta, que es un artista muy singular y muy escaso, pone su garganta y la fuerza de su sentimiento al servicio de la hermandad a la que le canta. Y no solamente canta gratis, sino que hasta la copita que lo va a poner a tono se la paga él.

Pero lo que me ha sacado de mis casillas ha sido el trato que algunas hermandades les han dado a estos artistas del pueblo sencillo. He visto cómo en algunos casos se les dice que ya veremos si paramos o no. En otros, se ha comenzado una saeta, y, con un desprecio total a lo que representa la voz popular, el paso ha seguido indiferente su camino dejando al saetero tirado como una colilla a los pies de los caballos y del estruendo de la banda de música de turno, que al fin y al cabo cumplirá órdenes. Para mí, que los señores responsables de eso se han vuelto más locos que el que suscribe.

Creo que al saetero hay que cuidarlo y mimarlo, porque la saeta, que es una flecha de piropo que se tira gratis al cielo, es de lo más característico de estos rincones de la baja Andalucía y en La Isla estamos hablando de seis o siete saeteros. Por suerte algunas cofradías han demostrado tener educación, sensibilidad y cerebro para facilitar el cante de estos cañaíllas, pero otras no han dado la talla por mucho esplendor que quieran exhibir en su procesión.

Con vistas al año que viene tendrían que ir casa por casa animando a sus moradores a que, si alguno de ellos canta saetas, que se prepare con un año de antelación, porque serán tratados como oro en paño y se les dará todo tipo de facilidades, ya que es una especie en peligro de extinción. Este año, que alguien perdone a los responsables del mal trato dado a estos humildes saeteros. A mí me han dado ganas de quitarles el capirote y darles unos cuantos cosquis, pero, como penitencia, señor Director, se les podría poner que pidan disculpas públicamente por su feo comportamiento hacia estos artistas cantores de la calle, y después que los inviten a la copita que sin duda les deben por su arte. Eso es todo.

El Director me  miró fijamente y sabiendo que esto no lo van a hacer ni amarrados me dijo: “Tú estás loco”. Yo me dije para mis adentros: “¡Cómo lo sabes!”

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