Reflexionar y ahondar acerca de la prostitución, como persona y profesional del Trabajo Social, siempre me pareció un ejercicio de conciencia bastante complejo. Plantearme ese “debate, duda o herida abierta” desde las posibles alternativas de su abolición, reglamentación o legalización, me ha conllevado no sólo años, sino también, salir de puntos de partida muy diversos y en ocasiones confrontados. Ver y escuchar, empatizar y sentir ‘junto a’, remueve y ayuda a sacudir las ideas irracionales y peyorativas que le son impuestas injustamente a las personas que exponen su integridad personal por una transacción económica, indignante y risoria, en la gran mayoría de los casos. De todo proceso de estudio, lectura y deliberación, siempre salimos con la mente renovada… Si lo contrastamos con la vivencia cercana en la realidad social, entonces se convierte en los mejores ‘zapatos’ para comenzar esa larga y retadora andadura que nos puede conducir al análisis de los fenómenos, a la búsqueda de las causas y consecuencias manifiestas y/o latentes, al planteamiento de opciones y alternativas, o a la aportación no sólo de conclusiones, sino también de un posicionamiento que intente alejarse de la ligereza del prejuicio y del estigma. Quizás de las fuentes que he consultado, sea la antropóloga Dolores Juliana, autora de ‘Las Prostitutas: El polo estigmatizado del modelo de mujer’ (2001), ‘Excluidas y Marginales. Una Aproximación antropológica’ o ‘Marita y las Mujeres en la Calle’ (2004), la que más me ha aportado en este entramado de explicaciones. Me quedo con este pensamiento suyo: “La estrategia más eficaz no es luchar contra la prostitución, sino centrarse en erradicar la estigmatización, esa muralla que divide a las mujeres”. Personalmente creo que las trabajadoras sexuales necesitan oportunidades vitales para ir liberándose del malestar psicosocial derivado de una anulación de su identidad personal, económica y/o social. Requieren de medios y recursos para centrarse e incrementar su fortaleza, su toma de decisiones, sus capacidades y potencialidades como ‘colectivo’. No creo que les ayuden ‘maternalismos’ ni ‘paternalismos’ que hablen desde la distancia o el discurso estéril. El crecimiento y la visibilización de su movimiento asociativo podrá ir marcando los objetivos a conquistar en los heterogéneos ámbitos, de los cuales se les ha desprovisto e incluso negado, para engordar la economía sumergida, las mafias y las redes de tráfico de personas. Los prejuicios son tanto directos como encubiertos (exclusión, rechazo, culpabilización, negación, justificación de la violencia, silencio…), que provocan la ‘enésima’ victimización de las trabajadoras sexuales. Urge educar a la juventud y reeducar a las generaciones actuales para respetar a cada persona sin que pueda ser discriminada o vejada. Un primer paso podría ser dar un salto de lo “políticamente correcto y legislado” a lo “real y efectivo”. Esta cuestión pude ser ‘incendiaria’ para muchos sectores, pero no por ello, debe de olvidarse y ser relegada al ‘reglón desastre’ de las preguntas retóricas. Para la dignificación de las condiciones integrales de las trabajadoras sexuales no son ni deseables ni seguras las esquinas, las calles, o polígonos… Y cabe plantearse… si pudieran salir, ¿no se encontrarían, desgraciadamente, con las murallas invisibles de la mayoría?