No conozco al constructor Francisco Hernando, ni tengo confianza para llamarle El pocero. Es el autor de una monstruosidad urbanística, semejante a una docena larga de las que se pueden encontrar en la periferia de Madrid, Móstoles, Leganés o Fuenlabrada, pero estas otras monstruosidades se fueron haciendo una detrás de otra, y, en cambio, la de Seseña está aislada y llama más la atención. Para llevar a cabo la monstruosidad solicitó y obtuvo los permisos de la Junta de Castilla-La Mancha, el Ministerio de Fomento, el Ministerio de Medio Ambiente y, naturalmente, el Ayuntamiento de Seseña, organismos administrativos de los que eran responsables tanto políticos del PSOE como del PP. El señor Hernando llegó a ser considerado una especie de héroe de Seseña. De la noche a la mañana se convirtió en el villano.
Lo que a todos les parecía fantástico les comenzó parecer lo que era, y comenzaron los racaneos, las trabas, el retraso en la infraestructura para las aguas, etcétera. La penúltima fue declarar al promotor persona non grata. Y el constructor ha decidido tirar la toalla y que acabe las obras cualquier otra persona que sea más grata al municipio. El alcalde está muy asombrado de la reacción tan poco agradecida del ciudadano Hernando y no sabe muy bien qué hacer. Se habla de corrupción, pero no hay ningún procedimiento en marcha y Seseña se ha convertido en un pozo, en el que cerca de dos mil quinientas familias que viven allí, y otras tantas que querían hacerlo, ignoran cuál va a ser su futuro, y tampoco saben quien comenzó a asar la manteca.
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