El tiempo en: Marbella
Publicidad Ai
Publicidad Ai

Patio de monipodio

Grandes plumeros

No de los de limpiar el polvo. El polvo de la caspa habría que limpiarles a quienes los ostentan tan ostentosamente...

Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai

No de los de limpiar el polvo. El polvo de la caspa habría que limpiarles a quienes los ostentan tan ostentosamente. Estos señores (y señoras) de la Junta de Andalucía, todavía no se han dado cuenta que el idioma no se puede imponer a golpe de decreto. No solamente no son gramáticos, sino que están aireando una lastimosa incultura, que imposibilita la posibilidad de pensar siquiera que puedan ser capaces de dirigir un programa educativo y actualizar  las estructuras económicas, sociales, históricas y culturales, de esta Andalucía, zarandeada y sobada por su incapacidad para poner freno a la lacra lacerante de un paro que cada vez nos distancia más de España y más aún de esa Europa de la que -dicen- formamos parte, aserto desmentido por su comportamiento ausente de lo social, moral, de la historia y, ahora, también de nuestra cultura.

Porque el idioma es una parte de la cultura. Se crea en el tiempo y se continúa creando sin parar, mientras esté vivo, esto es: en uso. Un idioma -hay que repetirlo- no se puede imponer por decreto. Sólo en caso de dictadura extrema, con castigos duros y después de mucho tiempo, se podría obligar a la gente a cambiar sus expresiones. El “manual” editado para los centros educativos por la Consejería de Educación, con instrucciones expresas e imperativas sobre “como evitar el sexismo en el lenguaje”, además de incidir peligrosamente en los riesgos referidos, adolece de grave desconocimiento del idioma que pretende corregir. Por ejemplo: prohíbe expresamente las palabras terminadas en “o”, “os”, “on”, “es”.

Ya no hay niños. Ya no hay andaluces. No es solamente que el plural define a los dos sexos. Es la caprichosa presunción de “culpa” a ciertas terminaciones. Porque, si “e”, “es”, “el” son masculinas, serán masculinos los nombres “Mercedes”, “Isabel”, “Raquel”, y un larguísimo etcétera. Por lo tanto, no sirve la expresión “población andaluza”, que exige la Junta. Tendría que ser, en todo caso, “poblaciono andaluzo” y “poblaciona andaluza”. No se riza aquí el rizo, ya lo han mareado con tantas vueltas. Ni sería lícito “personas”, pues la terminación “a”, “as”, es femenino. ¿No pretendían eliminar el sexismo? Pues debería ser “personas” y “personos”.

¿Exageración? De la Consejería. Ni son lingüistas, ni tienen capacidad para analizar el lenguaje, como han dejado muy claro. Si hay que rectificar algunas expresiones, habrá que hacer un análisis serio, bien alejado de la autocomplacencia política. Deben ser los especialistas, quienes saben de eso, para centrarse en laborar por las personas (y personos) sometidas (y sometidos) a su gobierno. En vez de imponer, deben aceptar las expresiones propuestas por expertos, para que el resto las asimile con el tiempo. Las amenazas del manual quedan más cercanas a las políticas asimiladoras de la Edad Media, que a un Estado moderno. La imposición de un lenguaje queda fuera de las atribuciones de todo gobierno actual. Y la modificación de la letra del Himno de Andalucía, también impuesta a centros educativos, aún más; pues no corresponde a los mandatarios, sino a un Congreso representativo de entidades culturales e históricas y personas cualificadas.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN