A falta de elecciones presidenciales, en España se fabricó la norma de presentar a uno de los candidatos como aspirante a Presidente (o Alcalde, en su caso). Ninguna Ley lo especifica, ni siquiera lo sugiere, porque al Presidente lo elige el Parlamento y al Alcalde los concejales. Quien no esté de acuerdo, si es honrado pedirá el cambio. Se callará quien se sienta beneficiado, para quejarse cuando las condiciones electorales no le beneficien. Comportamiento irregular, de un demagógico ganado, capaz de tergiversar, enredar y mentir, en el intento de volver a su favor una votación adversa. Porque cuando nadie saca mayoría, nadie ha ganado. Todos han perdido. La negativa a revisar ciertas leyes, desautoriza de plano a quienes quedan golpeados por la que se niegan a reformar. Una reforma podría traer más justicia, más humanidad, más igualdad. No es de recibo aprovecharse de ellas cuando interesa y querer saltárselas cuando no favorecen.
Perdedores de mayorías absolutas han sacado de su chistera el “dejar gobernar al más votado”. Eso y frases como “acuerdo de perdedores”, violentan frontalmente la propia Ley electoral. Si dos o más grupos políticos deciden nombrar a un Presidente, la estarán cumpliendo escrupulosamente, aunque ese acuerdo deje fuera a quien ha obtenido mayor cantidad de escaños. La mayoría que cuenta es la mayoría dentro del Parlamento, independientemente de que la sumen uno o varios grupos parlamentarios. Y el mismo derecho a negociar y a llegar a acuerdos con otros tiene el más votado, como el de menor representación.
Nadie pretende gobernar con “sólo” noventa escaños. Sin embargo les atacan quienes pretenden seguir mandando con sólo ciento veinte. Ancho del embudo de estos pretendidos -y pretenciosos- artífices del lenguaje, al que continuamente fuerzan en busca de beneficios propios. A ver si se enteran: sin mayoría no hay mayoría, salvo acuerdos, todos plenamente lícitos. Quienes pierdan la mayoría -un respiro para el ciudadano- que revisen su comportamiento, en de vez sacar trapos pretendidamente sucios, mentir, tergiversar e intoxicar.
Otra cosa será gobernar con el Senado en contra. Tanto como gobernar con el Congreso en contra. Gobernar a fuerza de decretos, poderse ahorrar la redacción de leyes que queden paradas por sistema, es un problema para el gobernante. Para el uno y para los otros. Lo grave, lo lastimoso, lo lamentable, será tener a la mayoría del Congreso o del Senado en contra. Ambos han sido elegidos para representar a sus votantes, no para machacar a sus contrarios y boicotear por sistema todos los actos del Gobierno. ¿Qué diputados o senadores podrán tener credibilidad, si, en función de los intereses de su partido paralizan el gobierno, con la conculcación de los derechos de la mayoría? En cualquier país normal, ninguna. Eso es lo perverso de una Ley hecha expresamente para aumentar la representatividad de uno o dos grupos, por encima de su porcentaje real. Eso es lo que no quieren cambiar los partidos mayoritarios, pero quisieran saltarse la parte de la Ley que les iguala a los demás. Si no están de acuerdo lo honrado y lógico es cambiarla, no engañar más al electorado.