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Qué fue del cigarrillo electrónico

Una vez más, alguien se aprovechaba de la desesperación ajena. Sabiendo la adicción que genera el tabaco, y que la práctica totalidad de los fumadores querría dejarlo, tenemos el caldo de cultivo ideal para crear un producto que vale un huevo y que no ha dado la utilidad que se esperaba de él.

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Aunque España y el mundo ofrecen infinidad de temas sobre los que opinar; aunque los casos de corrupción alcanzan cotas vergonzantes; aunque tengo que hacer un inhumano ejercicio de autocontrol para no contestar a las noticias que afirman que Willy Toledo ha encontrado justificados los atentados terroristas en París; en fin, aunque hay materia para explayarse, hoy he querido centrarme en un fenómeno que ha pasado casi desapercibido y que considero de importancia. Le estoy hablando del cierre fulminante de la casi totalidad de las tiendas dedicadas a la venta del llamado cigarrito electrónico. En un abrir y cerrar de ojos nuestras calles se llenaron de estos negocios, que ofrecían la solución definitiva para dejar de fumar. Una vez más, alguien se aprovechaba de la desesperación ajena. Sabiendo la adicción que genera el tabaco, y que la práctica totalidad de los fumadores querría dejarlo, tenemos el caldo de cultivo ideal para crear un producto que vale un huevo y que no ha dado la utilidad que se esperaba de él. Y le voy a explicar por qué: como ya escribí en esta misma columna hace años, la industria del tabaco está interesada, muy interesada, en que usted crea que dejar de fumar es difícil. La poderosa industria tabaquera quiere que usted piense que no va a ser capaz, que lo va a pasar fatal, que va a sufrir ataques de ansiedad e incluso de pánico, que va a engordar, que no va a poder controlar sus nervios, que no se va a ver con fuerzas para poder hacer una vida normal y que usted es un trasto inútil sin un cigarrillo entre los dedos. Por eso, precisamente por eso, la maquiavélica jugada es tan simple como trasladar al fumador la idea de que se puede dejar de fumar, pero no sin ayuda. Pongo la mano en el fuego por que las multinacionales del tabaco están detrás, directa o indirectamente, de los métodos para dejar de fumar. No conozco a nadie que haya dejado de fumar con parches, ni con chicles, ni reduciendo paulatinamente el consumo del tabaco. Por supuesto, no conozco a nadie que haya dejado de fumar gracias al cigarrito electrónico. Dejar de fumar es olvidar el tabaco. Y no se puede olvidar algo si lo estás constantemente recordando. Es así de simple. No hay más. Estoy por escribir un libro y forrarme, pero me remordería la conciencia cobrar por dar un consejo tan elemental como el que estoy dando. Para dejar de fumar lo único que hay que hacer es no fumar y, si acaso, comer fresas, que son muy sanas y son de Huelva. Así es como lo conseguí yo hace ya cinco años. De la noche a la mañana dejé de gastar mi dinero en tabaco y, por supuesto, no me gasté ni un céntimo en métodos para dejar de fumar. No me dejé engañar.

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