Zapatero es un solitario rodeado de incondicionales. Su forma de entender la política es cesarista; su axioma es elemental: cualquier persona con criterio propio puede discrepar, y en consecuencia no tiene un lugar en su universo. No quedan testigos de sus inicios y en la última purga desapareció Jesús Caldera que ahora está en funciones de alquimia para definir el socialismo español del siglo XXI sin ninguna garantía de que sus opiniones puedan ser tenidas en cuenta.
De la exclusión de las personas con criterio y peso político de su entorno inmediato nace la pulsión por los descubrimientos. Sus enamoramientos políticos son tan intensos como fugaces y sus divorcios siempre son con pensión compensatoria, pero lejos de casa. Juan Fernando López Aguilar, su brillante ministro de Justicia de la primera legislatura, fue enviado a Canarias en la misión imposible de ganar el gobierno de las islas. A Jordi Sevilla no le dio tiempo de enseñarle economía al presidente y esa encomienda le fue delegada a Miguel Sebastián antes de que se evidenciara su incapacidad para la política; ahora ya no está entre los favoritos. Uno de sus últimos descubrimientos, Mariano Bermejo, terminó cazado en su propia incompetencia.
Nadie en el universo de Zapatero puede discrepar al líder y el diálogo político se reduce al contacto directo del presidente con cada uno de los ministros elegidos; el equipo sólo se concibe como un coro de aduladores que aplauden las ocurrencias cuando se destilan sin vocación de continuidad. En el inventario pudiera incluirse desde la elaboración del Estatuto de Cataluña a la negociación con ETA, pasando por leyes que nunca se han terminado de desarrollar. Del campeón energético nacional en que debiera haberse convertido Endesa sólo ha quedado su nacionalidad italiana. Él, que decide sólo, nunca es responsable de nada.
Su reunión unilateral con Carme Chacónterminó en un escándalo internacional de torpeza a la que todo el partido y el gobierno se han tenido que sumar apoyando el ridículo. El presidente no comparte más que los fracasos. Y el gobierno tiene tantas vías de aguas que pudiera dudarse incluso de su propia existencia. Pero Zapatero nunca entenderá la política como un juego de equipo.