Es difícil prescribir quién está más necesitado del triunfo en Galicia. Mariano Rajoy, desde luego, se juega mucho, pero parte con la ventaja de que su apuesta es a la mayoría absoluta, mientras que el PSOE siempre jugará con el comodín del BNG para una combinación que ya se está haciendo clásica. Si el PP saca más escaños que el PSOE siempre podrá decir que habrá ganado; si no alcanza la mayoría absoluta, se queda sin el gobierno que es como quedarse sin nada.
Pero la sensación de la recta final era de angustia en una llegada a meta con el pelotón revuelto, sin percibir claramente si el ascenso detectado en el PP podría ser suficiente remontada como para ganar el premio gordo. Una derrota socialista que significara la pérdida de la Xunta sería casi tan dolorosa como la de Mariano Rajoy, aunque es verdad que para éste último, una victoria en Galicia le daría oxígeno para ventilar el partido de corrupción ejerciendo un liderazgo casi definitivo que le permitiría ser candidato en las próximas generales. Y con la crisis en los parámetros en los que está, todavía todo sería posible.
Por eso, la sensación de la traca final ha sido a vida o muerte, en uno de los finales de campaña más épicos y duros que se recuerdan, en donde se decía claramente que lo que estaba en juego era mucho más que el gobierno de la Xunta. En Euskadi, las quinielas están más abiertas y los aires de cambio a favor de una mayoría liderada por el PSE están tamizados por el voto oculto y por el seguimiento que hagan los votantes abertzale radicales de las consignas de boicot que ha determinado ETA.
La noche de hoy no será de infarto porque se prevén resultados tempranos, salvo que los votos de la inmigración en Galicia pudieran llegar a ser determinantes. En todo caso, en Génova y Moncloa ya se han puesto velas a los santos.