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Me queda la palabra

¿Quo Vadis, PSOE?

Soy consciente de que mis palabras provocarán indignación entre muchos socialistas, pero no es mi intención. A veces es necesario hacer daño para sanar la enfermedad, en ellos está y para ellos es este escrito.

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¿QUO VADIS, PSOE?
Se ha cumplido un año desde que abandoné el PSOE. Las ideas del partido y las mías se hacían cada vez más divergentes, posiblemente fuera culpa de mi radicalización, pero el hecho era que no tenía sentido para mí prolongarlo más. A lo largo de este año he venido observando con la imparcialidad que va adquiriéndose con la distancia, que si este alejamiento se ha hecho cada vez mayor como es lógico, no quita para que permanezcan en mí simpatías a las personas con las que compartí una postura común durante varios años. Vaya por delante mi reconocimiento al trato amable y cordial que me han seguido dispensando mis excorreligionarios, a pesar de mi condición de disidente.
Partiendo de esta declaración de principios, he decidido considerarme con la suficiente autoridad moral para exponer mi opinión sobre la situación que vive el PSOE a nivel general en estos momentos. De todos es sabido que el declive del PSOE se manifiesta encuesta tras encuesta y se oficializa elección tras elección. Sin duda, al menos para mí, me parece demasiado castigo para los deméritos contraídos, pues de ser así para todos el partido popular debería acompañarlos en el batacazo. Empezaré diciendo que sin querer echar tierra encima de los fracasos motivados por la política errática de la última legislatura, habrá que recapacitar en que la labor de socavamiento de la vieja derecha en contra de este partido ha ido calando en el subsconciente del pueblo español; dándose el caso curioso, que en el mejor momento del PSOE, fin de la primera legislatura de Zapatero, estuviese en duda la reelección, cuando se había producido el mayor salto en justicia social que se haya generado nunca en este país. Esta labor sorda de socavamiento se debe sobre todo a la tradición franquista, que ha conseguido crear entre las clases populares una absurda nostalgia de tiempos que la mayoría desconociera. Esto explica, que el mayor bastión de las ideas progresistas de España, que durante décadas fue Madrid, se haya transformado en el caladero de simpatías más amplio de las fuerzas de la derecha.
Pero no sólo se puede achacar a este motivo el espectacular hundimiento. Aparte de la inercia que se produce cuando algo está en movimiento, hay que tener en cuenta que Zapatero llegó al poder con una coyuntura favorable inesperada, que todavía molesta a los chicos de la caverna. Ese apoyo visceral de una gran parte de la ciudadanía, dispuesta a hacer que lo que fuese necesario por acabar con el mandato de Aznar culminado con una sucesión de desastres espectaculares, que Zapatero no supo colmar y que las expectativas que creó se quedaron en mucho menos de lo esperado. Si a esto le añadimos los escándalos protagonizados por miembros del partido en su gestión pública, nos lleva al resultado final, o casi. No olvidemos que siguiendo el razonamiento antes expresado, no le ocurre lo mismo al PP, haciendo más motivos.
El aliño final al guiso viene de que la ciudadanía, harta de confiar en el PSOE como alternativa de poder en la democracia burguesa y los sinsabores que esto le ha deparado, ha decidido tomar otros rumbos. Porque el PSOE es cómplice de un cúmulo de injusticias que por temor al poder de los bancos que muchas veces estuvieron comprando ese trato de favor a base de perdonar deudas escandalosas; no me sirve saber que el adversario, el PP, usa otros medios de financiación más opacos y más poderosos. Nunca las actuaciones del PP pueden ser razones que justifiquen los comportamientos de un partido que quiere representar a las clases populares. El desgraciado tema de los desahucios, tan actual y tan trágico es uno de los ejemplos más claros.
Si sumamos la gestión de la última legislatura, la labor de zapa de la derecha franquista, la corrupción, las conductas ante la banca y la falta de decisión de atajar los graves problemas, que solo se atienden cuando se producen muertes por desesperación, son motivos más que suficientes para explicar la caída sin fin del apoyo popular. Este abandono del votante es la guinda del pastel que tiene que digerir el PSOE.
Tampoco es que haya voluntad de remediar nada. Los ruidos de sables y los afanes de protagonismo de algunos, el más significado nuestro Presidente de la Junta, promocionándose descaradamente para descabalgar a Rubalcaba ahora que se le ve maduro, aunque no tardase mucho en negarlo, es lo menos edificante a los ojos de los sacrificados socialistas de base, que son quienes más sufren con esta situación.
Llegados a este punto la única conclusión que se puede extraer es que el PSOE camina hacia la desaparición. No me duele en absoluto por ese nutrido grupo de arribistas y de aprovechados que al amparo del poder se llenan los bolsillos favorecidos por responsables clientelistas que hacen de aquellos su guardia pretoriana; me duele, y nadie lo sabe mejor que quien me conoce, por esas decenas de millares de militantes comprometidos, siempre dispuestos a dejarse la piel por el partido en el que creen como referente indiscutible de transformación de la sociedad española, que ven con desesperación como se hunde el barco que durante muchos años fue santo y seña de la defensa de la democracia y la esperanza de millones de españoles que hoy ya no pueden confiar.
Soy consciente de que mis palabras provocarán indignación entre muchos socialistas, pero no es mi intención. A veces es necesario hacer daño para sanar la enfermedad, en ellos está y para ellos es este escrito. No pierdo la esperanza de que más adelante volvamos a encontrarnos formando parte de otra iniciativa, que no sé si existe o está por venir, en la que entre toda la ciudadanía recuperemos el futuro para este país tan maltratado. Cuando pueda ser eso, anhelo que todos estemos allí.

 

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