En algún sitio he leído que la deuda pública española, es decir, lo que debe el Estado español, es razonablemente buena; infinitamente inferior a la deuda privada. Dicho de otro modo, España, como país, debe poco, pero los españoles debemos hasta de callarnos. No soy economista y no estoy capacitado para hacer análisis de lo anterior. No obstante, el sentido común me dice que la crisis que vivimos, siendo global, no afecta por igual a todos los Estados y que los ciudadanos de algunos países están mejor preparados para afrontarla que los de otros.
Hasta ahora, hemos buscado culpables de la crisis en los especuladores financieros, en los Gobiernos, en la banca, en la gran empresa y en el propio sistema económico. Pero, teniendo en cuenta el dinero tan enorme que debemos los españoles, me pregunto hasta qué punto tenemos, no nuestro Gobierno (ni el de antes ni el de ahora) sino usted y yo, la culpa de lo que nos pasa. Decía Ortega y Gasset que la principal reivindicación de la sociedad (de la masa) es, precisamente, no tener nunca la culpa de nada. Me pregunto si somos humanos o si somos borregos, porque si somos borregos es obvio que la culpa de lo que hagamos y de lo que nos pase la tendrá el pastor, pero si somos humanos habrá que presumir que somos capaces de tomar nuestras propias decisiones y de responder de las mismas. Siempre digo que para adquirir bienes es más importante tener un bolígrafo para firmar contratos y letras de cambio que tener dinero. Yo, como usted, he visto el crecimiento urbanístico de nuestras maravillosas poblaciones costeras y, viendo el litoral lleno de grúas, me he preguntado que cuánta gente hay con dinero suficiente para comprar tanto apartamento en la playa. Entiendo perfectamente que los bancos han dado el dinero para comprar casas, y coches de alta gama y lo necesario para vivir como reyes, a cambio de una simple firma en un papel. Pero los bancos no han obligado a nadie a firmar. Hemos firmado porque la tentación de acceder al lujo ha sido más fuerte que nuestra prudencia. A veces hemos firmado porque nos corroe por dentro la posibilidad de que los demás tengan más y mejores cosas que nosotros, es decir, por pura envidia. Hemos firmado porque alguien ha conseguido que veamos como una necesidad de primer orden lo que no era sino un capricho inalcanzable. No somos los únicos culpables de lo que nos pasa, eso es evidente; pero tampoco somos sólo unas víctimas inocentes, porque somos humanos y no borregos, ¿verdad?