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Desde la Bahía

Gris ilusión otoñal

El otoño no hace soñar. La melancolía es reflexiva, pero no ilusoria. Los augurios tienen un tinte negruzco, de oscuridad en las libertades y expresiones

Publicado: 29/09/2024 ·
18:35
· Actualizado: 29/09/2024 · 18:35
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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La vida es una trayectoria de mayor o menor longitud. Se inicia en el seno materno por más que se quiera disimular o abolir este aserto y su terminación física, la parada definitiva del motor que mantiene su existencia autónoma y de relación, tiene una medida temporal, un trayecto cuyo firme suelo es absolutamente variable en lo referido a su resistencia y duración. Cuando buscamos un lugar paradisiaco, donde poder descansar y cambiar el sonido de la algarabía humana, por el simple y melodioso cantar de los pájaros, tenemos que recorrer el cómodo camino de un suelo bien asfaltado, pero tras ello siempre nos espera la vereda polvorienta y de oquedades que las hojas desprendidas de los árboles y la disposición alineada de estos en los bordes de la misma, nos hacen empezar a disfrutar de otro paisaje, otra forma de vida  que augura, paz, alegría, sencillez, libertad y regocijo. Los pájaros, como diría el “poeta de Moguer”seguirán cantando, aunque su trino ahora sea más sublime. Con la muerte física, la única que palpamos, finaliza nuestro camino de asfalto. La vereda del “más allá” es motivo de controversia. Ateos o creyentes esta es la disyuntiva. No conozco a ningún ateo porque nunca me he cruzado con una persona que haya sido capaz de demostrarme la NO existencia de Dios.

A los creyentes los veo muy apegados a la parafernalia que quiere cubrir su incapacidad para demostrar que Dios existe. La Fe no es artículo de primer orden, sobre todo si es la del “carbonero” elíptica y cerrada. Dios no es un ser físico, nuestros sentidos no tienen capacidad para reconocerlo. Nuestra reflexión inteligente, sí. Ella nos lleva a identificarle en todas y cada una de las partes que a diario pisamos, observamos u ocupamos. Si cuando veo un árbol, veo la mano plantadora por qué voy afirmar que todo un universo está huérfano de mano constructora. Los pueblos se estancan, digan lo que digan los demócratas de nuevo cuño, cuando no hay una sabia y verdadera mano regidora, ni equipo que acompañe a sus decisiones. Si opinamos todos, las conclusiones son una Babel laberíntica, sin puerta hacia la eficacia y rentabilidad. La igualdad que pretende la verdadera democracia es la de la pérdida de privilegios y la homogeneización y globalización dentro de un país de los derechos fundamentales. Las obligaciones, que dependen de tantos decretos, leyes y modificaciones del código penal, tienen un tinte dictatorial del que parece nunca se va a librar el ciudadano español. Los derechos que dan las dádivas y concesiones con un fin de adoctrinamiento, atrapamiento del voto o para continuar siendo el señor que reparte, que como siempre intentará llevarse la mejor parte, acerca más a la pereza que a la competencia. El bienestar y pacificación de la sociedad no pueden conseguirse con el silencio crítico, el cierre de boca o mutilar las manos para que tinta y escritura no intenten florecer. Las estanterías de la abogacía cada vez soportan más textos legislativos. Son las rejas que utiliza el poder para blindarse y que para las cada vez más disminuidas clases medias, verdadero pilar económico de la nación, son como yugo de carreta sobre inocente buey. A principios del siglo pasado era enorme el porcentaje de analfabetos existentes sobre todo en nuestra región andaluza. No se sabía firmar, pero se idolatraba y respetaba el apretón de manos. La rigidez de los valores humanos, no es tiranía, sino consistencia y perdurabilidad, firmeza y confianza. Ahora hay firmas por todos los rincones de los folios oficiales, pero han aumentado las húmedas marismas políticas, que con sus turbias aguas desbaratan todo papel incómodo o reaccionario. Somos cañas que en vez de oponerse al viento reinante, aunque le cueste romperse, prefieren doblegarse y arrastrarse por el suelo. Más que ningún partido ha crecido el grupo de aduladores y cobistas que no se olvidan de llevar su bandejita metálica, por si cae alguna moneda en forma de cargo local, autonómico o nacional, con el que presentarse como persona importante e imprescindible ante sus vecinos.

El otoño no hace soñar. La melancolía es reflexiva, pero no ilusoria. Los augurios tienen un tinte negruzco, de oscuridad en las libertades y expresiones, de desconfianza e inseguridad de continuar con el monótono frankenstein que ha llegado a agobiarnos.  Hay un nuevo tenorio que quiere quitarnos la participación en los problemas diarios de la vida, que es la política,   y darnos a cambio la certeza de subvenciones limosneras si nos quedamos callados como estatuas, estas últimas muy queridas por D. Juan. Nos estamos acostumbrando a los otoños grises, a los cielos oscuros y a las nubes ennegrecidas que parecen regocijarse cuando son causantes de desbordamientos e inundaciones. El deseo o necesidad perentoria de estar representados por un regidor y adláteres - presidente y gobierno - que lo sean de todos los españoles sin apoyar sólo a los de “su cuerda” que a veces son menos, que a los oponentes “que a veces son más”, aunque más silenciosos y pasivos a los que se desprecian, porque no es posible desterrarlos, es una situación que comienza a ser insostenible. Los hijos que no parecen ser “pródigos”, sino que se mantienen insurrectos, alejados del seno materno - la patria - y que esparcen su influencia para que de nuevo existan los perversos cantonalismo que tanto ídolo falsario y a veces con inclinaciones aniquiladoras hemos vivido, no debían ser iconos o puzles que nos lleven a una especie de juego equilibrista (una falta de seguridad) sobre filo de navaja.  

No llegamos a comprender bien y quizás no debieran repetirse aquellas situaciones que permiten que la sanidad esté representada por un filósofo, la industria, la agricultura o la hacienda por un médico, los cuerpos de seguridad por personas, sin clara autodeterminación de lo que encierra el orden y la obediencia, y en cultura no pueden faltar pensadores, capaces de admirar y faltos de narcisismo delirante. Es verdad que existen los asesores, pero si estos son tan hábiles y eficaces sería lógico darles a ellos el cargo y se mejoraría la masificación existente actualmente y por encima de todo esto, uno inocentemente se pregunta, ¿pero es que no hay dentro de cada unidad ministerial, un profesional, personas lo suficientemente preparadas para ejercer estos cargos, en vez de estar obligados a soportar el extraño, falto de experiencia, cuando ya desde Confucio se sabe que “aprender sin pensar es inútil, pero pensar sin aprender (que es la norma en estos casos) es peligroso? No me queda trayectoria en esta vida para que tales e ilusas reflexiones, pudiera verlas cambiar a realidad y no sé cuántos otoños - quizás indefinidos - tengan que pasar, para que el ser humano, respete y admire más el conocimiento y la experiencia, que al narcisismo y corte de aduladores a los que dócilmente nos hemos acostumbrado.

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