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Los urinarios de La Moncloa

Aviso: lejos de mi ánimo escribir un comentario escatológico. Pero resulta que, por pura curiosidad, he visitado los urinarios de La Moncloa, aprovechando esa copa navideña que Zapatero nos da cada año a los medios de comunicación...

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Aviso: lejos de mi ánimo escribir un comentario escatológico. Pero resulta que, por pura curiosidad, he visitado los urinarios de La Moncloa, aprovechando esa copa navideña que Zapatero nos da cada año a los medios de comunicación. No me han parecido nada impresionante, la verdad: parece que el único avance en los nuevos urinarios es que son digitales, es decir, programables. Cuarenta y cuatro mil euros en total dicen que ha costado la renovación de esas instalaciones tan necesarias.

Lo digo porque, antes del copetín, mis afanes periodísticos me habían llevado a la sesión de control parlamentario en el Congreso de los Diputados, la última del año. Comenzó con el habitual rifirrafe entre Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, un diálogo de besugos, o sucesión de monólogos, que se repite cada semana, en esta ocasión con el aditamento de que el presidente del PP acusó al del Gobierno de “bajarse los pantalones” (¡sic!) ante los nacionalistas.

La cosa iba mal, porque José Luis Rodríguez Zapatero se cierra en tablas y se limita al y tú más, lo que, dado el tema que les enfrentaba, no es mucho decir: hablaban de los Presupuestos Generales del Estado, esos de imposible cumplimiento que la Cámara Baja aprobará en las próximas horas para enviarlos, sin remedio, al Boletín Oficial del Estado. Esos a los que precisamente evita referirse Rodríguez Zapatero cuando por ello le preguntan.

Pero podía ir, y fue, a peor. Porque, tras el intercambio de golpes entre el jefe del Ejecutivo y el jefe de la oposición, llegó el turno de las preguntas a los ministros. Y allí, doña Dolors Nadal, del Partido Popular, se lanzó a fondo sobre la titular de Administraciones Públicas, doña Elena Salgado, para interrogarla hábilmente sobre los mentados urinarios presidenciales. Mala cosa cuando la cerámica sanitaria se convierte en objeto de la pelea política. Al menos, a José María Aznar le preguntaron por los grifos de oro de su despacho en la Junta de Castilla y León; ahora la cosa ya se ve que la atención va descendiendo desde el lavatorio de manos hasta otros temas. Peor cosa aún cuando el detalle nimio sustituye al diagnóstico general, es decir, cuando el precio de la diana mingitoria reemplaza al escándalo de los Presupuestos irreales (o, mejor, surrealistas) para el temible año que entra.

Sin duda, la labor de la oposición es fiscalizar lo que hace el Gobierno –y anda que no hay cosas sobre las que aplicar la lupa–, pero no andar husmeando en las braguetas ni en su coyuntura.

Lo de la pregunta parlamentaria acerca de los urinarios de La Moncloa, en estos tiempos de escándalo presupuestario, es, la verdad, para mear y no echar gota. Con perdón.

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