Ahora que las campanas están próximas a repicar con el lento toque a las cinco de la tarde y regrese una nueva y primera madrugada de diciembre en la que su ausencia siga cumpliendo hierbas entre nosotros, escribo este brindis como un penúltimo recuerdo a su memoria, con la aprobación de quienes fuimos sus alumnos, en humilde condecoración a su amistad, cariño, generosidad y sabiduría.
Porque don Antonio reunía eso y mucho más, porque más allá de lo que pasa en la arena, y recurro al léxico taurino porque así don Antonio me pedía que escribiera en su ADEMAR, el maestro sabía mucho de carisma, de transmitir la perfección de sus ademanes, aun sin alharacas, mas sí con la sobresaliente enjundia de su palabra, de su sentido del humor, de su experiencia.
Y es que en estos tres años que distan de sus últimos paseos por Jaén, sin ser pocas las personas con las que he intercambiado una palabra sobre él, no ha habido ninguna que no haya sonreído al evocarlo, siendo esta la pasarela sobre la que empezaban a cincelarse bromas e infinidad de anécdotas que han tatuado su nombre en todos aquellos que seguimos esperándole en cualquier calle de la ciudad, corbata y sombrero, sembrando cátedra como un torero retirado.
Cuánto hemos aprendido de él y cuánto, cuánto sigue escociendo el vacío de desconocer cuál sería la sentencia que se quedó por decir, esas verdades con las que daba importancia a lo importante y que hacían del aula un paradigma donde su Historia y su Geografía traspasaban la barrera del tiempo, en una omisión ante lo vanal del paso del tiempo.
Por esto, y por tanto más, queda en el recuerdo su contrastada bravura de toro de Guardiola, cualidad que manifestó para enfrentar noches de miedo y hospital, superando, así, los derrotes a la femoral con que la vida le quería retirar, sin saber que su fortaleza estaba a disposición de cualquier probatura que la vida le guardara.
Y así, doña Carmen, compañera de su alma, tan temprano, así recordamos todos a don Antonio, aunque su recuerdo no estaría completo sin mencionarte, y es que no hubo vez que lo viéramos sin ti, pues juntos compusisteis el maridaje perfecto que, como Joselito y Belmonte en la época dorada del toreo, solo podría dividir la trágica noticia de la marcha del héroe, quedando su nombre, ya para siempre, bordado con terciopelo y oro, en el podio de los docentes que son parte de la historia. Que Dios lo tenga en su gloria.