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Desamor

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Tras el período vacacional se produce un significativo aumento de las separaciones y divorcios debido a que durante la convivencia del verano se pone a prueba la estabilidad de la pareja. El final del enamoramiento suele desembocar en una vivencia de shock sentimental, un fenómeno normal con una evolución y unas fases definidas. Se produce un período de duelo en el cual uno tiene que adaptarse a vivir y a ser feliz de nuevo sin la persona que amaba.
Generalmente, la primera crisis que se pasa es la más grave, porque la persona todavía no ha desarrollado las técnicas adecuadas para hacer frente a la situación. Se dan tres fases. La primera, que es la más cercana a la ruptura, se vive con sentimiento de culpa con pensamientos del tipo “... si hubiera hecho esto o lo otro no habría pasado...., si no hubiera hecho... quizás aún seguiríamos juntos....”; es la etapa denominada masoquista. En la segunda fase empiezan a salir los rencores y entonces es “el otro” el que vemos como único culpable de la separación. En ninguna de estas dos fases, que a veces se alternan, se ve la realidad objetivamente, tal y como es.
Con el paso del tiempo, las emociones se equilibran y vemos las cosas de una manera más serena, llegando a entender los motivos de la ruptura. Uno se va sintiendo cada vez más independiente, menos triste, menos resentido y va encontrando nuevas formas de disfrutar.
Para remediar una situación conyugal difícil es necesario esforzarse por asumir y digerir el pasado entre ambos. Borrón y cuenta nueva. Es importante esforzarse por no sacar la lista de insultos, ese inventario de pequeños y grandes fallos, errores, defectos o fracasos que se han ido acumulando tras la convivencia (cuando el lunar se convierte en verruga). Respeto mutuo en tres sentidos: palabra, obra y gestos. Tener capacidad de reacción y poner en marcha enseguida recursos psicológicos adecuados para superar cada crisis.
Y sobre todo, ser conscientes de que no hay felicidad sin amor y no hay amor sin renuncia.

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