Desde que iniciara su andadura en la década de los 60, “Clásicos Castalia” ha sido un notable referente para todos aquellos que como alumnos, docentes o simplemente, ávidos lectores, hemos querido profundizar en la mejor tradición de la literatura española. Iniciada por Antonio Rodríguez Moñino, ha estado dirigida, entre otros, por nombres tan ilustres como los de Fernando Lázaro Carreter o Alonso Zamora Vicente. Hoy día, bajo la batuta de Pablo Jauralde, nos presenta de nuevo esta espléndida colección, con formato y diseño renovados
Por ello ahora, junto a “La saga/fuga de J.B.” de Torrente Ballester, “La voluntad”, de Azorín, “El conde Lucanor”, de don Juan Manuel, “Fuente Ovejuna”, en las versiones de Lope de Vega y Monroy, “La Constitución de Cádiz” y el “Romancero”, ve la luz otra obra imprescindibles en la que me detengo.
Las “Poesías castellanas completas”, de Garcilaso de la Vega, cuentan con el excelente trabajo de Elias J Rivers, que se basa en la edición crítica de 1974 y que tiene en cuenta las investigaciones garcilasianas de Alberto Blecua, Bienvenido Morros y Carmen Vaquero.
La breve pero intensa vida de Garcilaso (1499-1536), intercaló momentos de pasión amatoria, de complicidad familiar, de luchas políticas y de arduas batallas como soldado. Pero sin duda que su nombre estará ligado por siempre a la magnífica empresa lírica que emprendió tras su llegada a Nápoles, donde escribió la mayor parte de su obra. Además de su aportación y renovación italianizante- que tanto bien hizo a la literatura española desde entonces-, supo conjugar su dominio de las coplas castellanas del “Cancionero” con los mitos clásicos, sus influencias petrarquistas con el legado dejado por Ausías March, los acentos pastoriles de Virgilio y Sannazaro con el arte sonetil de Petrarca.
Estamos, pues, ante un escritor capaz de dominar los más variados metros y combinarlos con la más diversa temática, para hacer de cada texto un delicada y gozosa estampa.
El conjunto de su labor viene signado por acentuadas distinciones genéricas, pues lo componen unos cuarentas sonetos y cuatro canciones, una oda horaciana (en lira), dos elegías (en tercetos), una epístola horaciana (en versos sueltos) y tres églogas pastoriles, en métrica variada.
Tras la muerte de Garcilaso en 1536, Juan Boscán, su albacea literario, reunió sus escritos y dio a la luz en Barcelona (1543) un volumen titulado “Las obras de Boscán y algunos poemas de Garcilaso de la Vega”. Tal fue el éxito, que tuvo que reimprimirse varias veces. En 1577, el Brocense sacaría a la luz una edición separada, enmendada y ampliada con textos de Garcilaso que se uniría más años más tarde a la de Fernando de Herrera (1580).
Es fácil volver una y otra vez a estas composiciones y hallar en ellas nuevas promesas, nuevos conceptos, nuevas esquinas por donde doblar y reavivar la exquisita voz de un autor único. Se queda este crítico, con ese inolvidable soneto, anotado con el V romano: “Escrito ´stá en mi alma vuestro gesto/ y cuanto yo escribir de vos deseo:/ vos sola lo escribistes; yo lo leo/ tan solo que aun de vos me guardo en esto”. Y con su inmenso legado.
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