El asalto al capitolio en Washington por los partidarios de
Trump o el intento de golpe de estado en Brasilia por los de
Bolsonaro, han dejado de ser síntomas para convertirse en paradigma.
La ultraderecha está acaparando cada vez mayor parcela de poder en muchos países.
Benjamín Netanyahuen Israel.
Recep Tayyip Erdoğanen Turquía.
Viktor Orbánen Hungría.
Andrzej Dudaen Polonia.
Vladimir Putinen Rusia.
Giorgia Melonien Italia… Es una marea que genera enorme preocupación entre la gente que defiende la democracia y los derechos humanos.
Así que no se trata de una alarma sin fundamento. La ultraderecha no cree en la democracia, utiliza la democracia para intentar socavar sus cimientos. Para desmadejar los valores que desde la revolución francesa le dan fundamento: la justicia, la igualdad, la libertad y mucho más la fraternidad. La ultraderecha se alimenta de la crispación, del enfrentamiento y del odio. Por eso no debieran tener ninguna credibilidad ni ascendiente en nuestra sociedad.
Pero por desgracia lo tienen y en buena medida eso tiene alguna relación por el apoyo que reciben y a la asunción de su discurso por parte de los partidos tradicionales de la derecha. Amén de políticas migratorias desarrolladas por los gobiernos que violentan los derechos humanos y vienen a recoger los principales postulados de la extrema derecha frente a las personas migrantes.
En España es aún más grave porque la ultraderecha en realidad siempre ha formado parte del PP desde su fundación; un sector que apenas adjuró del franquismo y que es devoto del más rancio nacional-catolicismo. Y que tiene una enorme sintonía con un poder judicial enormemente reaccionario.
Por ello no han supuesto ninguna sorpresa las declaraciones de Feijoo sobre el atentado en una iglesia en Algeciras y la muerte de una persona. Palabras irresponsables, porque alientan el conflicto y la supuesta superioridad del catolicismo sobre otras religiones. Palabras ignorantes que obvian intencionadamente la extrema violencia ejercida no hace tanto tiempo (no siglos como dijo Feijoo) por el franquismo contra cualquier persona disidente en nombre de la cruzada y la religión católica.
Con todas las salvedades que tengamos que hacer (y que sin duda no es posible dejar de hacer), y todos los límites que sabemos que hay, lo cierto es que la convivencia y la tolerancia en ciudades como Algeciras son una realidad. Y no sólo en Algeciras. Eso es lo que quiere erosionar el PP y la ultraderecha con sus discursos de odio: crear conflicto y enfrentamiento, pues es de lo que viven y medran.
Quienes con mayor o menor acierto defendemos la democracia y los valores de libertad, igualdad y fraternidad no hemos sino de intentar aislarlos democráticamente y convencer a quienes los apoyan de que esos discursos son tóxicos y nos degradan a todos y todas. La sociedad ni debe asumirlos ni debe tolerarlos.