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Lunes 20/05/2024  

Lo que queda del día

El romanticismo es tempestad

El Teatro Villamarta de Jerez volvió a levantar el telón a petición de los amantes de la ópera, aunque en este caso no con una producción propia, sino con el montaje de la Ópera Checa de Praga sobre el clásico de Richard Wagner.

El director de orquesta Felix Mottl decía que “por donde se abra la partitura de El holandés errante, te pega el viento en la cara”. Es la tempestad que azota el escenario y vapulea el corazón de la joven Senta, enamorada sin remedio del marinero condenado a vagar por los mares hasta que encuentre el amor verdadero que le libere de su maldición.
Hace unas semanas, cuando el Teatro Real de Madrid estrenaba una coproducción con el Liceo de Barcelona sobre la memorable obra de Richard Wagner, su director de escena, Alex Rigola, reconocía que su intención inicial había sido ambientar la narración en una estación espacial, pero se encontró con el problema de que “la música no dejaba de remitirme al mar, al temporal”. Obviamente, ese temporal, esa tempestad, ese batir enfurecido de olas, no es un mero elemento circunstancial de esta representación, sino la clave que sustenta los valores artísticos de una de las obras cumbres del periodo último del romanticismo alemán. La tempestad es en este caso un sentimiento que representa fielmente el espíritu del movimiento, hasta el punto de remitirnos de forma mecánica al Viajero frente al mar de niebla pintado por Friedrich en 1818.

Lejos de la concepción rupturista con la que Rigola parece querer acercarse al universo de Wagner y El holandés errante, este pasado viernes tuvimos la oportunidad de presenciar en el Teatro Villamarta la producción que la Ópera Checa de Praga ha realizado sobre la obra y que ha supuesto la primera representación del autor alemán sobre las tablas del coliseo jerezano. Decimos una concepción “lejos” del rupturismo, pero no equivocada, ya que su consciente simbolismo escénico va encaminado a fortalecer las constantes del romanticismo presente en el espíritu de la partitura, tomando como punto de partida la propia tempestad que envuelve los sueños y desvelos de la joven protagonista y que embiste al navío de su padre antes de encontrarse con el legendario barco que sirve de inspiración a la obra.
En este sentido, el uso del color sobre los fondos neutros del decorado, así como las proyecciones realizadas sobre el mismo, son un valor añadido a la concepción argumental original del libreto, y contribuyen a seguir la historia sin dejar en un segundo plano la escritura wagneriana, que aquí encontró una perfecta correspondencia, tanto en la orquesta de la Ópera Checa, bajo la dirección de Norbert Baxa, como en el elenco vocal, elocuentemente ovacionado tras la caída del telón por un público que casi llenó el aforo del Villamarta.
El resultado global tal vez no fuera memorable -Adam Wozniak, en el papel del Holandés, estuvo soberbio en su interpretación vocal, pero no tanto en la gestual, demasiado hierático a lo largo de todo el primer acto, llevando hasta el exceso la sobriedad dramática de su personaje-, pero sí se pudo presenciar una más que aceptable representación plagada de grandes momentos y que contó con una gran Anette Yasmin Glaser para dar vida y credibilidad al extraordinario personaje de Senta, perfecta en el momento cumbre de la obra, cuando al comienzo del segundo acto interpreta la popular Balada compuesta por Wagner para dar sentido y sentimiento a la joven enamorada del fantasma que llega a puerto cada siete años con la intención de poner fin a su condena.
Wagner aún no había cumplido 30 años cuando se estrenó El holandés errante y fue fruto tanto de su inestabilidad laboral como del cúmulo de curiosas circunstancias: la lectura de Memorias del señor Schnabelewopski, de Heinrich Heine, en el que se relata la leyenda del marinero; y un viaje en barco en plena tempestad, cuando huía de Riga, en el que el compositor pudo atisbar la aparición de un segundo barco entre las olas de forma misteriosa. De hecho, está constatado que el punto de partida de la composición procedía de tres notas que Wagner escuchó en el propio barco durante aquel viaje.
En este sentido, de un lado está la leyenda, la del marinero que osó demostrar su valentía en mitad de una tormenta al tomar el timón de su velero y autocondenarse por un ajuste de cuentas con el demonio, y, del otro, la historia de amor que puede redimirlo, que es la que construye Wagner con su partitura. El marinero sólo puede pisar puerto una vez cada siete años y logrará la salvación si encuentra el amor verdadero de una mujer y ésta entrega su vida por él. La mujer es Senta, enamorada sin remedio del desconocido marinero a través de la leyenda, y cuyo destino está definitivamente ligado al del misterioso navegante cuando hace acto en su casa invitado por su ambicioso e interesado padre.
La obra no es sólo una de las historias románticas más arrolladoras de todos los tiempos, sino el retrato de una sociedad en la que las mujeres quedaban relegadas a un segundo plano hasta que, como en el caso de Senta, encuentran un motivo para la rebelión, para liberarse y decidir por sí mismas, lo que en este caso no supone sino corresponder con las normas inspiradoras del romanticismo más puro.

Opera en tres actos de richard wagner
director musical: Norbert Baxa.
director de escena: Martín Otava.
escenografía: Jan Zavarsky.
coreografía: Dana Gregorová.
vestuario: Ales Valásek.
reparto: Adam Wozniak (El Holandés), Annette Yasmin Glaser (Senta), Ivaylo Guberov (Daland), Nikolai Vishniakov (el cazador), Vera Pachová (Mary), Robert Remeselnik (Timonel).
Orquesta y coro de la ópera checa de praga.
Una producción de la ópera checa de praga con la colaboración de la ópera de usti nad labem.
La ópera original fue estrenada en el teatro de la ópera de dresde el 2 de enero de 1843.

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