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Prosigue la lucha contra el sida

Aún recuerdo el primer caso de SIDA ingresado en nuestro Servicio de Medicina Interna del Princesa de España (allá por los primeros años 80), un joven drogadicto remitido desde Traumatología por un cuadro febril no filiado...

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Aún recuerdo el primer caso de SIDA ingresado en nuestro Servicio de Medicina Interna del Princesa de España (allá por los primeros años 80), un joven drogadicto remitido desde Traumatología por un cuadro febril no filiado. Cuando comunicamos a su familia el diagnóstico, inicialmente se produjo una reacción de desconcierto al tratarse de un proceso no muy conocido, y luego de incredulidad y rechazo. Desgraciadamente, el diagnóstico era correcto y el paciente falleció al poco tiempo, víctima de una infección oportunista.

En el curso del cuarto de siglo transcurrido desde entonces, las perspectivas han cambiado sustancialmente. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida se ha consagrado como una verdadera pandemia (epidemia a nivel mundial), que afecta a 33 millones de personas (de ellos 2 millones son niños) y que mata cada año a cerca de 3 millones, convirtiéndose así en un problema socio-sanitario muy importante en España y en todo el mundo, en particular en el África sub-sahariana, que soporta dos tercios de los casos. El SIDA se ha constituido en primera causa de muerte entre los jóvenes de países industrializados. Pero si la enfermedad ha progresado, también lo ha hecho, en forma nunca vista, el esfuerzo científico para mejor analizarla y tratarla. Fruto de ello es que el SIDA no es ya un proceso mortal a plazo de meses, sino una enfermedad crónica compatible con supervivencia estimable. Pero aún no se puede hablar de curación definitiva, al menos en un número sensible de pacientes.

El tratamiento eficaz ha sido consecuencia del profundo conocimiento del agente causal (virus de inmunodeficiencia humana: VIH) y de su comportamiento en el organismo del sujeto infectado. Si bien una vez inoculado el VIH circula por la sangre, pronto se refugia (como los terroristas) en "santuarios" inasequibles, a los que difícilmente acceden los fármacos; eso hace que si el virus desaparece de la circulación no podamos hablar con propiedad de curación, ya que persiste en ciertos tejidos. Y lo hace además en la intimidad de las células, incorporándose al núcleo, como una parte más de su ADN.

Para ello, se precisan una serie de pasos sucesivos regulados por enzimas: penetración en la célula (fundamentalmente linfocitos T4), a través de una fusión con su membrana; luego, como retrovirus que es, ha de convertir su ARN en ADN; después debe integrarse en el ADN del huésped, y finalmente, fragmentarse en trozos o viriones que salen de la célula para infectar otras de vecindad.

Frente a las diversas etapas de este complicado curso, contábamos ya con medicamentos que las interfieren, salvo para la tercera o de integración. Ahora se ha ensayado con éxito un fármaco anti-integrasa conocido como Raltegravir. En New England Journal of Medicine se nos comunican los alentadores resultados de dos ensayos, que han demostrado su eficacia en enfermos que, siguiendo una terapia triple, se habían hecho refractarios a la medicación. Raltegravir reduce la carga viral con inusitada rapidez y restaura la capacidad defensiva del sujeto (sus linfocitos T4) a límites tolerables.

¿Podemos cantar victoria? Desde luego, no: el virus, no se erradica por completo del paciente y está capacitado para hacerse resistente a la nueva droga.  La lucha continúa, con progresos que no son definitivos. Sólo una profilaxis eficaz (incluyendo el abandono de prácticas de riesgo y la aparición de la ansiada vacuna) podrá superar el statu quo del presente. Estas son mis reflexiones cuando se celebra el Día Mundial del SIDA en 2008.

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