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Cádiz

El comercio tradicional, unos verdaderos supervivientes en tiempos de pandemia

Mientras que las grandes cadenas huyen en estampida del centro de la ciudad, las pequeñas tiendas de toda la vida permanecen luchando contra una nueva crisis

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  • La mercería Ramírez, en Callejones de Cardoso. -
  • A pesar de la pandemia y el auge incesante de la venta online, aún quedan quienes mantienen vivos sus negocios familiares

La calle Columela, arteria principal del centro comercial de la ciudad, se va volviendo a cada paso un poco más oscura. La compañía de cosméticos estadounidense NYX ha sido la última en apagar sus luces y echar la baraja. Es una más de tantos que hicieron lo propio en las últimas semanas, como cinco de las tiendas de la firma Inditex o Inside.

Que no haya este año Carnaval es ya la puntilla para las mercerías”

Sin embargo, mientras vemos a los grandes huir en estampida, hay un pequeño comercio que resiste, el de toda la vida. A pesar de la pandemia y el auge incesante de la venta online, aún quedan supervivientes que mantienen vivos los negocios que un lejano día decidieron poner en pie sus familias.

Es el caso de Teresa Domínguez, quien permanece tras el mismo mostrador que la vio crecer desde que era una niña. Regenta la zapatería San Miguel, un local pequeño en la esquina de la calle del mismo nombre con Gaspar del Pino. Esta tienda, especializada en zapatillas de andar por casa, abrió sus puertas en el año 1964. Fueron los padres de Teresa quienes la pusieron en funcionamiento, aunque con el paso de los años gran parte de la familia ha acabado involucrada. En casi seis décadas, esta zapatería es experta en superar crisis. “Aquí en los años 60 estaban los primeros economatos, y también teníamos el muelle, tabacalera… es decir, que Cádiz tenía cositas y en esa década y la siguiente fue la cosa para arriba”, nos cuenta. Nadie pensaba en los años sesenta, con todo lo que ya había pasado este país, lo que aún quedaba por venir.

Esta empresa familiar va “capoteando el temporal”. Domínguez reconoce que la venta de Navidad y “no fue tan mala”, y que además, con las bajas temperaturas que dejaron Filomena  “vinieron muchos, sobre todo caballeros, buscando unas zapatillas calentitas para entrar en calor”.  No obstante, “que no haya Carnaval se nota, porque en esta época se llevaban mucho las botitas de guarros para los chiquillos, las alpargatas que se usan para bailar tanguillos o zapatitos de colores para los disfraces”, apunta.

Lamenta que haya “tantos impuestos que pagar” pero aún así “vamos subsistiendo, apañándonos”.

En Callejones de Cardoso se mantiene en pie la mercería Ramírez; tras su mostrador nos atiende desde hace años Luis Ramírez hijo. Su padre nos dejó tristemente el pasado mes de noviembre. Él fue quien, aquel martes 13 de octubre de 1957, abrió este mítico refino. En circunstancias normales, un miércoles de febrero previo al sábado de Carnaval el movimiento de clientela sería considerable. Una cremallera, unos botones de colores, hilo para pespunte…  Sin embargo la imagen es muy diferente. “Que no haya Carnaval es ya la puntilla para las mercerías”, nos cuenta Ramírez.

“Poquito a poco” va siguiendo adelante. Este febrero en lugar de vender galones, pasamanería, botones de payaso o plumas lo que sale son elásticos para las mascarillas.  Confiaba en que al menos los niños se disfrazaran para el colegio, pero tampoco ha tenido clientes preguntando por ese tipo de materiales en estos días.

Luis también critica que haya tantos impuestos y cree que “deberían tener un poco más de compresión”, por ejemplo, “si no podemos abrir por las tardes que tampoco nos cobren el autónomo entero, que nos rebajen un porcentaje”. Señala que el horario actual, en el que puede permanecer abierto hasta las 18.00 horas, no resulta factible. “La gente mientras que termina de almorzar, recoge la cocina y descansa un poco se le echa esa hora encima”, explica, “y si la hostelería está cerrada ya nadie sale de casa para comprar nada”. La espiral del consumo es finalmente la que dinamiza el comercio.

De esta mercería saltamos a otra de las pocas que quedan en la ciudad. Se trata de La Mercería, en la calle San Francisco. Manuel Gutiérrez es quien nos atiende. Este establecimiento abrió en 1996, pero “anteriormente hemos tenido otras mercerías desde que comenzáramos a principio de los años 80”. La de la pandemia no es la primera crisis por la que pasan, “y las que nos quedan”, apunta, “más aún en Cádiz, que es una ciudad eternamente en crisis”.

Gutiérrez piensa que “llevamos muchos años con una economía de supervivencia” y considera que “el enemigo número uno del comercio tradicional, más que la pandemia, es la venta online”. Este autónomo explica que están “sorprendidos”, porque a pesar de todo “no nos podemos quejar” pero “son muchos años y mucho esfuerzo para estar aquí”. Esta mercería familiar tiene una variada oferta destinada a las manualidades, un entretenimiento que ha adquirido mayor demanda por el hecho de que ahora nos veamos obligados a pasar más tiempo en casa.

A estos tres comerciantes se unen otros muchos en la capital que cada día abren las puertas de sus negocios y se enfrentan a una pandemia global, una nueva crisis económica y todo lo que les echen.

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