Nos acordamos de Santa Bárbara, patrona de la Artillería, cuando truena. Y de las Fuerzas Armadas cuando nieva. No es un decir. En episodios de gota fría, inundaciones, incendios forestales y ahora la tormenta Filomena todos miran a la Unidad Militar de Emergencias (UME), incluso quienes rechazan la presencia del Ejército en su territorio. Nada nuevo bajo el sol.
Los uniformes han sido mejor valorados a raíz de la pandemia. Las operaciones Balmis y Baluarte, como se ha bautizado la participación militar en la lucha contra el coronavirus, han acercado los cuarteles a viviendas, residencias de ancianos, hospitales e instalaciones críticas, de ahí que la valoración que recogen los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) haya mejorado notablemente hasta el punto de que las Fuerzas Armadas sean, en la actualidad, una de las instituciones más apreciadas por los españoles. Pero, claro, siempre hay alguien que va y lo jode.
La democratización de las Fuerzas Armadas ha estado de nuevo en el foco a raíz de la difusión de unas cartas de militares en la reserva y del contenido de un chat privado en el que incluso se planteaba el fusilamiento de millones de personas y se veía en el alzamiento una solución a los problemas de nuestro país. Es el colmo de la estupidez en forma de una aplicación de mensajería.
De sopetón, unos cuanto descoloridos fajines retrotraen el Ejército del siglo XXI, comprometido con la sociedad dentro y fuera de nuestras fronteras, al de la asonadas del siglo XX. Una de las verdaderas razones de ser de las Fuerzas Armadas está en las misiones de paz en las que participan nuestros soldados no en elucubraciones trasnochadas que olvidan el contenido del artículo octavo de la Constitución, ése que recuerda a las Fuerzas Armadas su deber de defender el ordenamiento constitucional, además de la soberanía e independencia de España y su integridad territorial. El propio comandante en jefe de los tres Ejércitos, Felipe VI, le ha recordado a quien tuviera dudas que la Carta Magna es el origen de la legitimidad. Todo lo demás es ruido innecesario, perjudicial y yo diría que penal en el momento más inoportuno.