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Viernes 17/05/2024  

Lo que queda del día

De la originalidad y el humor al buen gusto, del buen gusto al cine de las emociones

  • La curiosa pareja protagonista transportando la casa volante por la selva venezolana
Cuando la Pixar se dio a conocer en todo el mundo con Toy Story, no sólo prevaleció la sensación de que la Disney había dado con la llave maestra a un nuevo mundo de posibilidades dentro del género de la animación, sino con una cantera de creadores de desbordante talento capaces de satisfacer tanto a pequeños como mayores con sus creaciones. Esa llave maestra no era sólo la de la tecnología, sino la de la originalidad de la propuesta argumental y escénica y la de unas altas dosis de humor inteligente y un encendido sentido de la comedia y el espectaculo. Han transcurrido desde entonces 13 años. En todo este tiempo, la Pixar ha tomado el relevo a la propia Disney como responsable del mejor cine de animación del mercado mundial y, también, como responsable de algunas de las mejores películas estrenadas en los circuitos comerciales en el transcurso de esos años. UP es un ejemplo más, no sólo de esa categoría artística, sino de la evolución de un estilo de hacer cine que aspira a algo más que a entretener, a algo más que a satisfacer al público infantil, que no se conforma con hacer reír y despertar con cada entrega el interés por la sorpresa y la originalidad, sino que se ha instalado en el buen gusto y, definitivamente, en el cine de las emociones.


Parto para ello, asimismo, de una matización personal previa: UP no es mi película Pixar favorita. Entiendo que le faltan algunos elementos para alcanzar la categoría de obra maestra. Entre ellos, que la supuesta originalidad no lo es tanto en el terreno del desarrollo argumental y dramático: cojan Los Increíbles y comprobarán que el punto de partida (documentales) y el desenlace (el reencuentro con un personaje del pasado que ha creado su propio universo en un paraje inhabitado) siguen las mismas pautas que las empleadas por UP. Pero sí hay algo en este nuevo trabajo que demuestra la evolución cinematográfica de los responsables artísticos de la compañía: su fidelidad al cine con mayúsculas y a los grandes hallazgos del cine clásico.

El primer gran impacto emocional -explotado a partir de esa visión cinematográfica y artística- llegó de manera inesperada en Ratatouie, en la secuencia en la que el siniestro crítico gastronómico viaja a su más tierna infancia al saborear la especialidad del peculiar restaurante parisino. Marcel Proust en estado puro. El segundo alcanzó ya cotas magistrales en Wall-E, una recreación soberbia e inolvidable del universo Chaplin a través de la vida solitaria de un robot abandonado en la Tierra, convertida en un planeta deshabitado. El tercero se encuentra dentro de UP, dentro de su primer cuarto de hora, y es absolutamente antológico: cuando asistimos a la descripción, sin diálogos, sólo con imágenes, de toda una vida de matrimonio. No frenen las lágrimas, así da gusto llorar en el cine. Después de ese momento memorable, qué más da lo que nos cuenten después.

Por cierto, que ese concepto de cine de las emociones está presente en el cortometraje que acompaña a la exhibición de la película; otra pequeña joya, Nubosidad variable, de una sensibilidad y originalidad absolutamente brillante. Ahora toca esperar a la llegada de Toy Story 3. ¿Cómo encaja una tercera parte dentro de este panorama magistral? Seguro que no hay motivos para la decepción.

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