Se da por hecho que los que gobiernan o aspiran a gobernar deben tener la adecuada formación. Deberían tenerla porque realizan tareas de máxima responsabilidad y repercusión social, a menudo no se repara que sus errores tienen tanta o más trascendencia que los médicos. Cuentan con la ayuda inestimable de los técnicos pero en última instancia son quienes toman las decisiones, lo que les hace únicos responsables de sus aciertos o equivocaciones.
Los monarcas de hace más de un siglo solían atribuir sus errores al mal consejo recibido de sus asesores y las protestas del pueblo solían acallarse con las destituciones de ministros, mientras ellos seguían más o menos tranquilamente en su puesto. Dependía de si la sangre llegaba al río, de la magnitud de la crisis económica atravesada y del hambre soportada por las multitudes.
Eso fue lo que le pasó a María Antonieta, reina de Francia a los catorce años. Señora de un casoplón llamado Versalles, centro neurálgico del lujo desde los admirados tiempos de su suegro Luis XIV. Fue tan buena o mala reina como lo fueron sus antecesoras pero en peores tiempos, lo que acrecentó su responsabilidad. Las noticias del despilfarro de la Corte ya no le parecían al pueblo “para la gloria de Francia” y como seguía estando feo echarle la culpa al rey, las críticas y motes fueron sobre todo para ella. La llamaban Madame Déficit, entre otras cosas. Dicen que un día preguntó por qué el pueblo protestaba y le contestaron que porque no tenían pan. A lo que respondió: “si no tienen pan que coman pasteles”. Esa frase posiblemente la pronunció su suegra, da lo mismo, se le atribuyó porque vivió como si la pensara. Muestra de la lejanía de los gobernantes del pueblo, como cuando a Rajoy le preguntaron cuánto costaba un café.
Algunas veces, más de las que quisiera, hay medidas políticas actuales que me traen a la cabeza esta frase. ¿Un ejemplo? Los cursos de formación en Andalucía paralizados durante cinco años, Bruselas ofreciéndonos fondos y la Junta desdeñándolos. Se cancelaron en 2011 y hasta 2017 nada. Nuestra presidenta lo decidió tras “el fraude”. Así definió un agujero negro en las ayudas que oficialmente va ya por los 147 millones. Fue algo así como decidir que si se construye mal un edificio y se cae, se deja de construir.
Sin trabajo, sin formación, cerradas las Casas Taller, las Casas de Oficios, no había más que esperar sentados.