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Lunes 01/07/2024  

Lo que queda del día

Una de miedo: 'Tiburón'

  • La popularizada imagen que protagonizaba el cartel anunciador de Tiburón
Tiburón fue durante varios años la película estrella de los cines de verano. Desde su estreno en 1975 hasta los primeros ochenta, se convirtió en uno de los títulos más reestrenados cada temporada. Su impacto, de hecho, sigue presente en nuestros días -no hay verano sin su oportuno pase televisivo-. Suelo verla cada año por estas fechas y cada vez con más temor a notar su envejecimiento, a comprobar que no pueda soportar la comparación con el grado de realismo alcanzado hoy día por los efectos especiales, aunque el temor se torna siempre de carácter físico, personal, sometido por la magistral puesta en escena de un muy inteligente Spielberg que, a partir de las propias carencias -comenzó el rodaje sin disponer de la réplica de tiburón-, supo contagiar el miedo hacia el escualo sin mostrarlo hasta mediado el metraje. En definitiva, un brillante ejercicio de estilo que, por otro lado, se alimentaba de muchas más referencias literarias y cinematográficas: desde el cine de catástrofes hasta el de aventuras, desde los grandes relatos marinos a la crónica social -no llegaremos, como han hecho otros, a interpretar la película como un reflejo del temor de la sociedad americana a los escándalos políticos del momento, caso del Watergate-, para recrear de forma original el eterno miedo del hombre a la hora de enfrentarse a lo desconocido, a fuerzas que escapan de su poder o a todo aquello que enturbia su propio bienestar, en este caso el de los veraneantes y bañistas de una pequeña y tranquila isla que vive de sus ingresos durante julio y agosto.


Tiburón fue el tercer largometraje de Steven Spielberg (antes había estrenado El diablo sobre ruedas, una producción televisiva cuya calidad hizo que se distribuyera posteriormente en salas de cine, y Loca evasión). Producida en 1975, contó como protagonistas con dos actores en alza en ese momento, Roy Scheider (Marathon Man, French Connection) y Robert Shaw (El golpe), y un nuevo descubrimiento, Richard Dreyfuss, que venía de protagonizar American Graffiti y se convertiría en el actor principal del siguiente gran éxito de Spielberg, Encuentros en la tercera fase. Scheider encarna al jefe Broddy, el nuevo inspector de policía de la isla de Amity, a la que solicitó el traslado atosigado por el ritmo y la peligrosidad de su puesto en Nueva York. Destino vacacional por excelencia, toda la población de Amity se prepara para recibir la visita de miles de veraneantes coincidiendo con la inauguración de la temporada de playas, pero el jefe de policía sospecha que el causante de la muerte de una joven aparecida en la playa sea un gran tiburón que merodea por la costa. Desde el Ayuntamiento no se da veracidad a los datos expuestos hasta que un niño es atacado junto a la orilla por el tiburón. Inquietos por el efecto negativo de la noticia de cara a los turistas, organizan una caza masiva para dar muerte al animal. Todos celebran la muerte del asesino cuando la comitiva regresa a puerto con un enorme ejemplar, pero un investigador del instituto oceanográfico niega que pueda tratarse del animal que cometió los ataques, ya que el radio de mordedura no coincide. Pese a todo, el alcalde da por buena la pesca obtenida y ordena la apertura de las playas, en cuya primera jornada volverá a atacar el tiburón. Empujado por la necesidad, el alcalde encomienda de nuevo su caza, aunque en este caso sólo al capitán Quint, un veterano marino al que acompañarán en su barco el propio sheriff y el investigador.

Como decía, uno de las claves de la película está en no mostrar al animal hasta la mitad del metraje, pero no es la más importante. En el haber de su director hay que anotar la excelente composición de las secuencias importantes de la película -cada uno de los ataques, el descubrimiento de los restos de la primera víctima, el avistamiento del tiburón desde el barco, la narración del rescate de los soldados que cayeron a un mar infestado de tiburones en la Segunda Guerra Mundial, la secuencia del disparo final...-, la habilidad para extraer de cada encuadre la mayor intensidad narrativa posible -como ocurre en los primeros planos superpuestos del sheriff en la playa temiendo el ataque del tiburón, o en los de la secuencia en la que consulta libros sobre tiburones y vemos reflejadas en sus gafas las imágenes de algunos ataques reales, o los obtenidos por la cámara infiltrada entre los bañistas cuando se produce la falsa alarma en la playa-. Cada una de estas aportaciones va incrementando progresivamente la tensión en el espectador hasta que llega el momento culminante de su primer encuentro con el tiburón. Obviamente, otro factor determinante en la popularidad de la película y en esa misma tensión fue la particularísima banda sonora compuesta por John Williams, convertida con el tiempo en uno de los iconos sonoros y cinematográficos del siglo XX.

No sé de lo que habría sido capaz Spielberg hoy día si rodara Tiburón con los nuevos efectos digitales; tal vez habría más espectacularidad, más realismo, aunque lo importante es que con este trabajo dio una buena medida de su talento, más allá del impacto del público con un tiburón que, pese a su visible acartonamiento y efecto mecánico, sigue manteniendo intacta su atracción sobre el imaginario colectivo de ya varias generaciones.

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