Quedó grabado. Mucha tinta ha derramado aquella frase que en directo pudimos ´disfrutar´ los espectadores en aquél cara a cara entre los dos candidatos. Uno de un lado y otro del otro.
Pero ambos tenían una cosa en común: pretendían saber qué era lo mejor para todos los españoles, aunque todavía estemos como estamos.
Seguramente, el sentimiento que produjo aquella frase, por su estética y ética, sonrojó a más de uno. ¡Hasta aquí…hemos llegado!
Y no, aún hay más.
Ser decente es ser correspondiente, honesto, justo, e infiere dignidad como cualidad significante en el comportamiento y actitud de la persona. Un complemento sin el cual, difícilmente podemos atribuir beneficio a la actividad que el sujeto desarrolla, sea ésta de ámbito personal o social.
Siguiendo aquella frase que titula el presente, cada vez resulta más difícil comprender la distancia que se establece entre el político y quien le paga la nómina, es decir, el ciudadano. Pero igualmente es cierto que, cada vez, se corrobora más a menudo la ausencia de correspondencia de quienes bien en cargos públicos, o aspirantes a los mismos, sin la menor señal de rubor, mienten, desdoblan las palabras, o simplemente se desentienden de sus responsabilidades.
¿Les dará vergüenza decir la verdad?
Sabemos que nuestra opinión no cuenta. Nos hemos dado cuenta que por encima de todo está el partido. Sabemos que prima su status ante la ciudadanía. Intuimos que se sienten los reyes del ´mambo´ - con todos los respetos y de manera coloquial - …, pero algo huele mal. Algo no funciona.
No es posible que tanta indecencia tenga cabida en un debate en el que de manera permanente se vulnera la asunción de responsabilidades con comportamientos, actitudes y dilatadas dejaciones en la atención del contribuyente y que en nada recrea la foto pretendida de personas honestas. Máxime si la paciencia, la dilación en el tiempo y la moderación ha sido la pauta de reclamación, constante y justa, de la atención debida.
Sabemos que no somos nadie. Que ante todo y por encima de lo justo (lo decente), están las prioridades del grupo, de las siglas, aquellas que después de tantos años figurando a la cabeza de los gobiernos de una tierra que se desangra y con ella sus pobladores, siguen diciendo que protagonizan el cambio. Manida afirmación revestida de hipocresía.
Sabemos que no somos nadie. Pero si pudiéramos hacer llegar nuestra queja, cosa que sabemos imposible, no tendríamos reparo en decir a la cara lo que realmente pensamos de ellos, tal y como ellos lo hacen, pero en este caso con moderación, claro. Sin impertinencias. Con mesura y sobre todo, con decencia.
Alguna cosa buena tendrán, dirán algunos. Otros, tapándose los ojos, fiarán su presente y futuro a lo que siempre han defendido. A estas alturas ya sabemos que el inmovilismo no sólo pertenece a uno de los lados.
De colores se han vestido los campos esta primavera. De todos los colores. Azul, rojo, morado, más rojo, blanco de camisa, y hasta multicolor en forma de independientes azuzados por quienes representan. Una primavera cuyo cambio de estación ha corroborado el tórrido verano que entra lleno de asfixiantes temperaturas y cuya huida hacia el mar podría aclarar las ideas a más de uno. Como no. El verano sigue a las elecciones una vez más. La suerte podría estar echada.
Pero sin embargo, aquí, en las distancias cortas, el cambio sigue sin cambiar. La paralización y endémica negación presa del orgullo estatutario, sigue sin darse cuenta que quien mantiene latente la reivindicación de sus derechos, naturales unos y adquiridos otros, no cejará en su clarividente certeza de reclamar lo que le corresponde.
¿Habrá decencia suficiente para atender lo que se reclama?
¿Tan acostumbrados estamos a infravalorar el contrato que la palabra supone, que la desvergüenza se pone por montera, sirviendo de capa aquella distancia a la que nos referíamos anteriormente? ¡Son el poder!
Correspondería, en este apartado de humilde opinión, iniciar una carta abierta al presidente de la Corporación del municipio, Comunidad o Estado. Su continuidad, quizá sea objeto de un próximo apartado.
Estimado Señor/a:
No me cabe duda de su decencia.
Cuando prometió o juró al coger el bastón de mando de esta Unidad Territorial, expresó su firme decisión de velar por la Ley y la atención hacia sus ciudadanos, arropados en derechos y obligaciones por nuestra carta magna que es la Constitución española…
Arcos
¡Vd., no es decente!
"Ser decente es ser correspondiente, honesto, justo, e infiere dignidad como cualidad significante en el comportamiento y actitud de la persona"
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