Llega julio y tres cuartas partes de España están de vacaciones, una parte con sueldo, otra sin sueldo y otras cobrando algo a lo que no se le puede llamar sueldo. Tan insignificante llega a ser en cantidad y tan precario que estos empleos no salvan del desastre ni a quiénes los padecen ni a las arcas del Estado. Hemos podido ver como las huchas de las pensiones no dejan de vaciarse mientras se nos dice que no nos preocupemos. Sólo queda dinero para las siguientes tres pagas extras y se nos fía la recuperación de esta sangría continúa a los nuevos puestos de trabajo que se van a crear. Trabajos que son futuribles y que además se parecen enormemente a los ya apuntados. Aquí las cuentas no salen de ninguna manera, ni a mí con la experiencia que da ser hija de tendero ni a nadie que sepa sumar dos más dos. La cosa pinta fea, no para aquellos enriquecidos por la crisis y que rezan porque vengan tres crisis más, sino para los que apuntalaron el país recogiendo a hijos y nietos en sus casas para vivir de una pequeña pensión que hubo que estirar hasta lo indecible por lo que hacía agujeros por todas partes. Los recortes del gobierno quedaron en pañales con los que hubo que hacer en estos hogares superpoblados cuando la mayoría de las viviendas pasaban a manos de los bancos y las deudas a los parados y a sus padres.
Los empleos de los que se enorgullece Rajoy no dan aire a España, son meros ventiladores que remueven una y otra vez ese aire de miseria en el que nos desenvolvemos desde que nos cubrieron las nubes de la crisis. Claro que el ronroneo de las aspas transmitido por las cifras de recuperación económica de las noticias, adormece y hace cerrar los ojos. Debemos tenerlos cerrados cuando vemos lo que pasa con las pensiones sin alarmarnos, porque decirse se está diciendo para que no podamos quejarnos en el futuro de desconocimiento. Aspirar a creerse que no es preocupante ya no cuela, si las anteriores veces que se tocaron los fondos para pensiones se hubiera reintegrado alguna parte, quizás sería posible, pero como dice un sabio y sencillo refrán a estos fondos el fin se le ve.
No me extraña que se nos invite continuamente a no envejecer, a mantenernos en forma, son mensajes subliminales, para que vayamos cogiendo onda, porque el júbilo de la jubilación nos queda cada vez más lejos. Cuando se habló de jubilación a los setenta años debimos agarrarnos con uñas y dientes a ese carro, no sea que no pase ninguno más.