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Amusuvig: heroínas que plantan cara a los malos tratos

Ya no son víctimas, son supervivientes de la violencia de género. Amusuvig nació en 2013 de la mano de tres mujeres luchadoras que buscan un futuro mejor.

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  • Las mujeres de Amusuvig
  • Ayudaron a unas 150 mujeres y 200 niños en el año 2015
  • Las fundadoras son supervivientes de la violencia machista
  • Luchan porque las víctimas salgan adelante

Ya no son víctimas, son supervivientes de la violencia de género; se sienten libres. Amusuvig nació el 23 de febrero del año 2013 de la mano de tres mujeres luchadoras que buscan un futuro mejor, reivindican sus derechos y exigen la igualdad entre hombres y mujeres.

María Dolores Lara, Anabel Padial y Regina Camuña fueron las artífices de esta Asociación de Mujeres Supervivientes de la Violencia de Género de Málaga; son los ángeles de la guarda de muchas que están batallando contra el maltrato en sus hogares.  Se conocieron a raíz de su participación en un programa en una emisora de radio y hoy son emblema en la erradicación de la violencia machista en Andalucía. Su denodada labor fue reconocida el año pasado con el Premio Clara Campoamor que otorga el PSOE. 

Este colectivo, que ya dispone de sede física en la calle Marín García de la capital malagueña, gracias a la ONG Soroptimist International Club Costa del Sol, que se encarga de pagar casi la totalidad del alquiler, ha atendido el pasado año a unas 150 mujeres y a más de 200 niños.   
“Son una luz de esperanza para todas nosotras; aquí me han recibido con los brazos abiertos desde el primer momento. Me he sentido muy arropada siempre, sienten tu dolor y son como una familia. Aquí es donde me han ayudado de verdad. Voy a las instituciones, me hacen firmar muchos papeles para ellos justificar su trabajo y no hacen nada”, afirma con gran emoción y franqueza Hind Boussekri, que ayer echaba una mano para ordenar toda la ropa, los zapatos y los complementos que han llegado para el Ropero solidario de la mano de Mayoral, la cual dota a la asociación de textiles cada temporada. 

La encomiable labor de estas mujeres se está extendiendo como la pólvora por toda la provincia y ya atienden una media de cuatro nuevas víctimas de media a la semana, cuenta una de sus fundadoras, María Dolores Lara, quien asegura que la mayoría que atienden en Amusuvig es por el “boca a boca”. “Todas las noches duermo muy tranquila; con la satisfacción y la alegría de poder ayudar a estas mujeres a salir adelante”, declara.

En Amusuvig no hay que pagar una cuota de socio, ni firmar papeles y nadie cobra absolutamente nada. Todos son voluntarios de una gran familia que facilita toda la ayuda que necesiten las víctimas de malos tratos. Una dedicación absoluta, que es correspondida por el apoyo de numerosas empresas y asociaciones, tales como el Club de los Leones de Mijas, Mayoral, Zonta Málaga, Clece o las llamadas ladies rurales. Así, prestan atención y orientación jurídica, acompañan a estas mujeres a poner la denuncia y a los juicios, trabajan por la inserción laboral de estas mujeres, “fundamental para superar este camino difícil”, sensibilizan, conciencian, imparten charlas informativas en institutos y empresas, hacen talleres de empoderamiento para ellas, reparten productos de primera necesidad, tales como alimentos y de higiene personal.

Al caso, Lara señala que actualmente están “bajo mínimos” en artículos infantiles, como pañales y comida. El colectivo también está muy pendiente de la educación de los niños y para los más necesitados reparten material escolar al comienzo de cada curso académico. Otro de los pilares de esta atención global a las víctimas de la violencia machista es la atención psicológica. Al respecto, este colectivo está buscando en estos momentos a un voluntario que sea experto en mujeres y niños víctimas de violencia de género.

Esta batalla tiene sus luces y sus sombras. Todos los días son protagonistas de historias que marcan, como la de Luisa, que asegura vivir ya “más tranquila” después de salir del “infierno”. Ha estado media vida junto a su agresor, un hombre dominante y controlador que la mantuvo aislada del mundo, encerrada en casa. “No me daba cuenta pero tampoco me dejaba trabajar. Cuando decidí dar el paso y eché la vista atrás deduje que esas conductas eran anormales”, recuerda con lágrimas en los ojos al volver a recordar el calvario que pasó de innumerables noches en vela y con el miedo en el cuerpo a que llegara a la casa. Ahora, mira la vida de frente y espera encontrar un empleo.

El relato de Fátima es estremecedor. El corazón todavía se le dispara al abrirse una puerta, que era cuando el “monstruo” llegaba al hogar y comenzaban los sufrimientos y humillaciones para ella y los hijos. Denuncias, quebrantaba las órdenes de alejamiento, palizas, violaciones... Pero ya acabó esta pesadilla.

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