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Un gran tesoro

"Todos, alguna vez, hemos cometido ese grave error de no escuchar a nuestros mayores, de no atender a sus historias..."

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Rara es la tarde que no veo pasar, desde mi ventana, a un abuelo con su nieto. Son vecinos míos, viven a tan sólo unos pocos metros. Él es un hombre robusto, de unos setenta años. Se va apoyando en un viejo bastón -que más que bastón, es una vara de acebuche- para caminar mientras muerde un palillo de dientes. El nieto, un pequeño de cinco años más o menos, va a su lado. A veces escucho el leve murmullo, el abuelo le habla de los animales que cuidaba cuando era joven, de la vida en el campo, de la huerta. El pequeño hace como que le escucha, pero en realidad su mente está ocupada en encontrar alguna piedrecita que patear, al estilo Messi.

Todos, alguna vez, hemos cometido ese grave error de no escuchar a nuestros mayores, de no atender a sus historias. Seguramente, cuando crezca ese pequeño que pasa por mi ventana cada día, se dará cuenta de que era infinitamente más importante todas las historias que le contaba su abuelo que el buscar piedrecitas e imaginarse por un momento futbolista.

Si pudiera, le diría a ese mocoso que ni él ni su abuelo son inmortales, que la vida es un tahúr que nos engaña continuamente, y que no hay Dios en el cielo que nos pueda ayudar -por mucho que se empeñe el cura del pueblo-, pero seguramente no me entendería. Nadie escarmienta por cabeza ajena.

Cuántas veces habrán callado al abuelo en casa porque es más interesante lo que ponen en la tele que lo que intenta decir ese buen hombre. Cuánto mal ha ejercido la televisión a la comunicación familiar. Familias enteras frente al televisor como auténticos zombis.

Luego, con el tiempo, ese abuelo, como todos los abuelos, se despedirá del mundo, y los que nos quedamos nos lamentaremos, entonces, de no haber pasado más tiempo con él, de no haberle prestado más atención, de no haber escuchado unas historias que, por mucho que queramos ya, no volverán jamás a nuestros oídos.

Ojalá algún pequeño pudiese leer esto -o se lo leyesen sus padres- y se diera cuenta de la importancia que es tener unos abuelos o unos padres a los que poder escuchar y conversar tranquilamente, sin prisas, sin televisiones de por medio -que ya habrá tiempo de ver alcahueterías, novelas y noticieros-. Las personas mayores son como un gran tesoro lleno de sabiduría, y como tal hay que tratarlos.

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