Felix era un buen estudiante francés de familia católica y colegio privado que tocaba el piano y entrenaba a un equipo alevín de fútbol. Hasta que con 21 años y, sin previo aviso, se fue a Siria para unirse a las filas de la organización terrorista Estado Islámico (EI).
"No sabemos exactamente qué hace o dónde está. Según las últimas noticias, en Al Raqa", bastión yihadista del noreste de Siria, explica en una entrevista con EFE su madre, Véronique Roy.
El último contacto con Felix -pseudónimo que utiliza para proteger la identidad del menor de sus dos hijos- data del pasado 15 de noviembre, dos días después de que varios comandos de jóvenes terroristas, la gran mayoría europeos, asesinaran en París a 130 personas y dejaran más de 350 heridos.
Envió un SMS a su madre, que nunca ha creído que su hijo pequeño, ahora de 23 años, pueda acabar en una célula de terroristas suicidas para atentar en suelo europeo, salvo que le obliguen: "Comprendo que estéis sorprendidos pero es la guerra, mamá", escribió. Desde entonces, silencio.
Roy responde a través del correo electrónico por falta de tiempo, porque esta mujer elegante y rubia con ojos claros compatibiliza su trabajo como responsable de márketing, su vida familiar y su compromiso para dar voz a las familias de jóvenes radicalizados, que viven atrapados en una pesadilla.
Es una de las madres de la campaña "Stop Yihadismo" que lanzó el pasado octubre el Gobierno francés para ayudar a detectar signos tempranos de radicalización y para apoyar a quienes sufren por tener a un allegado entre los 966 franceses que han viajado a Siria o Irak.
"Algunos incluso dicen que es mejor que mueran allí a que vuelvan para cometer atentados", cuenta sobre la situación de su hijo, que lejos del perfil de joven yihadista europeo que pasa de los trapicheos o la cárcel al islamismo radical, se crió "en un contexto privilegiado".
Le describe como un "buen estudiante, deportista, músico, 'showman', coqueto, guapo (...), sensible y, sin duda, algo vulnerable" al que "le costaba proyectarse en el futuro".
"Al final de sus estudios en el liceo hizo una colecta par ayudar a Haití, que acababa de sufrir el enorme terremoto", recuerda. Después inició estudios de fisioterapia y terminó formándose como entrenador deportivo y haciéndose cargo de un equipo alevín de fútbol.
Las dudas existenciales le llevaron a estudiar las tres grandes religiones monoteístas y a inicios de 2013 anunció su conversión al islam. Estaba contento, comía "halal", hacía el ramadán, rezaba cinco veces al día, llevaba barba, tomaba cursos de árabe... A priori, solo quería ser un buen musulmán, agrega su madre.
Pero al poco tiempo empezó a volverse más "austero y triste", dejó de sentarse a la mesa si había vino, abandonó el piano "porque era pecado... ¡y no quiso entrar en la iglesia el día del entierro de su abuela porque le habían dicho que era una blasfemia!", cuenta.
Sus padres comenzaron a inquietarse, pero en la Gran Mezquita de París les dijeron que no se preocuparan y en la asociación de jóvenes musulmanes de su localidad tampoco reaccionaron.
"De pronto se convirtió en una presa fácil para los salafistas radicales (...) que le molieron el cerebro", cuenta Roy, que hace poco supo que uno de esos "amigos" de su hijo cumple condena por enviar jóvenes a Siria, un "verdadero negocio" por el que se embolsan "entre 10.000 y 15.000 euros" por chaval.
Su madre cree que la "sed de aventura" fue una de las causas que le empujaron a convertirse, en pocos meses, en un servidor del Estado Islámico.
"¿Lleva armas? No sabemos nada, salvo que está en un país en guerra y que seguramente aprende a defenderse. Está sometido a una doctrina y a su manera es un combatiente. Pero... ¿significa eso que va al frente, que comete exacciones? Mi corazón me dice que no", continúa.
Su madre espera "que se despierte y huya" si "aún puede". Sabe que si regresa a Francia le espera la cárcel, pero considera que "la prisión es mejor que la tortura del EI, el régimen sirio o las prisiones turcas".
Le gustaría, sin embargo, que el sistema no respondiera solo con condenas judiciales; que intentaran "repararles y no decirles que son unos indeseables"; que les proporcionen un acompañamiento psicológico como a los adictos que salen de "un largo período de droga dura".
A las madres en su situación les recomienda que no se callen, que no se avergüencen y que se organicen en colectivos.
"Somos víctimas, no tenemos que sentir ninguna vergüenza. Nos han robado a nuestros hijos. Y sobre todo, hay que mantener el contacto con los jóvenes y la ESPERANZA", escribe -en mayúsculas- en la última de sus respuestas.